Sobre la oración perseverante
No pienses que Dios no te atenderá por ser pecador. Atrévete, no desesperes, y sigue esperando. Porque Dios te dará lo que le pides.
Dos son las modalidades de la oración: una, de doxología, que debe estar llena de humildad. Y la otra forma es la de petición. Orando, no comiences inmediatamente con tus peticiones, porque estarás demostrando que oras a la fuerza. Cuando comiences a orar, apártate de ti mismo y de tus necesidades. Aléjate de la tierra y elévate a los Cielos. Y no permitas que tu mente comience a divagar, sino que reconoce tu nimiedad, tu debilidad y tu ignorancia. “Porque Tú nos creaste, y no nosotros mismos lo hicimos. Tú eres nuestro Dios”. Y recuerda siempre que eres pecador. Aunque no lo sientas, debes decir: “No hay nadie que no peque, excepto Dios”. Pero dice el Apóstol: “No hay nada malo en mí”. Mas esto no me da el derecho de creerme justo. Porque el profeta David dice: “¿Quién conoce sus errores?”. Y el Apóstol insiste: “Cuando hagan algo, digan: siervos indignos somos, porque hemos hecho sólo que era nuestra obligación”. Y, nuevamente, con humildad, considera que el otro tiene razón cuando se cree más digno que tú. Porque no sabes a quién Dios ama más.
El Señor te creó y cuida de tu salvación, porque sabe a quién le es de provecho estar sano o enfermo, ser rico o pobre. Lo que tú debes hacer es seguir pidiendo el Reino de Dios, porque lo demás se te dará por añadidura. Y cuando pidas algo, insiste y no te desanimes. Porque puede suceder que tengas un amigo y debas acudir a él de madrugada, diciéndole: “Amigo, préstame tres panes, porque tengo húespedes y no tengo qué servirles”, pero él te responda: “Por favor, no me molestes, que es muy tarde. Mis hijos ya están durmiendo. No puedo darte nada”. Y si no condescendiera a pesar de aquella relación de amistad, lo hará gracias a tu perseverancia. El mismo Señor nos enseña a ser fuertes en la fe y perseverantes.
No pienses que Dios no te atenderá por ser pecador. Atrévete, no desesperes, y sigue esperando. Porque Dios te dará lo que le pides. Y sigue pidiéndole, haciendo el bien. Porque si la oración se debilita y se fortalecen los vicios, toda pureza se habrá perdido y el hombre habrá cambiado. Porque si el hombre se deja vencer por los deseos, Dios deja de ayudarle.
Si al orar sientes que te gana la desidia, deténte inmediatamente y sal de aquel lugar, para que no caiga sobre ti la ira y el castigo de Dios, en vez de una esperada recompensa. Porque dice el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta” (Mateo 7, 7). Porque, ¿qué otra cosa quieres sino alcanzar tu salvación?
Aprende a ser paciente. Acuérdate de cómo Abrahám fue llamado de la tierra de los asirios y se le prometió un nuevo territorio: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia.” (Génesis 15, 18). Y él no se quejó, a pesar de haber envejecido sin que se cumpliera aquella promesa. No, el siguió firme en su fe. Y su esposa también envejecía, pero su fe parecía cada vez más joven. Dios hace todo según Su voluntad. Cuando en Abrahám moría incluso la ancianidad, resucitó aquella promesa de Dios. Tal es el ejemplo que debes seguir. Pero nosotros oramos un año, y después renunciamos a seguir haciéndolo. Ayunamos durante dos años, luego dejamos de hacerlo. Luego, no claudiques, porque Aquel que se prometió a Abrahám también se nos prometió a nosotros: “Vengan a Mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y Yo los aliviaré” (Mateo 11, 28). Él nos promete misericordia. Por ti fue que bajó del Cielo... ¿pero tú aún no crees en Su palabra?
Pero a nosotros nos asusta asumir Su yugo y entrar por la puerta angosta. Preferimos seguir en el mar de los pecados.
Cuando has pedido algo, seguramente lo has hecho sin fe o no has pedido lo que podría serte de provecho. O simplemente no has perseverado en tu petición. Porque está escrito: “el que se mantenga firme hasta el fin, ése se salvará” (Mateo 24, 13).
Talvez me responderás. diciendo que Dios conoce el corazón del que ora y que por eso no necesita de nuestra petición. Y que, siendo Él tan benevolente, permite que llueva sobre justos e injustos... Pero el Reino de Dios no se obtiene sin obras y perseverancia. Porque antes debes desear eso que quieres obtener y pedirlo con fe, con paciencia y con esfuerzo. Porque es más valioso lo que obtenemos con sacrificio; por eso, nos afanamos en no perderlo, porque sabemos cuánto nos ha costado conseguirlo. ¿Qué le pasó a Salomón? Habiendo obtenido su don sin mayor esfuerzo, lo perdió. Luego, no te desalientes cuando no recibas inmediatamente lo que has pedido. Porque si fue castigado aquel que enterró el talento que había recibido, ¿cómo no habría de serlo quien pierde el suyo?
Dios hace todo en provecho nuestro. Solamente debemos pedirle con perseverancia. Recuerda siempre la parábola de la viuda y el juez injusto. Ése es el modelo de perseverancia que debemos imitar. Amén.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 578-579)