Palabras de espiritualidad

Sobre quienes desdeñan la importancia de confesarse

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando la mente del hombre está oscurecida por el pecado, no puede ver con claridad. Con la confesión, viene como un viento purificador que disipa la bruma y limpia el horizonte.

En los primeros años del cristianismo, los cristianos se confesaban públicamente. ¿Es esto algo útil?

—Una cosa fue la primera época del cristianismo, y otra lo que vivimos ahora. Actualmente, esto no sería de beneficio.

¿Por qué, Padre? ¿Eran más piadosos los hombres de ese entonces?

—Sí, las personas tenían una devoción más grande, y además no existían todas las enfermedades espirituales de hoy en día. Por ejemplo, actualmente vemos la facilidad con la que los esposos se separan, sin mayor razón. Antiguamente, eso no ocurría.

Los hombres se han alejado del misterio de la Confesión, por eso es que los pensamientos perniciosos y las pasiones los sofocan. ¡Cuántos vienen a pedirme ayuda en algún problema, y ni siquiera se confiesan ni asisten a la iglesia! “¿Asistes a la iglesia?”, les pregunto. “No”. “¿Te has confesado alguna vez?”. “No, sólo vine a que me ayude”. “Pero ¿cómo? Es necesario que antes te arrepientas de tus pecados y los confieses, que vayas a la iglesia, que comulgues cuando tengas la bendición de tu padre espiritual... y entonces oraré por ti. ¿O es que se te olvidó que hay otra vida y que debemos prepararnos para ella?”. “¿Sabe qué, padre? Todo lo que me dijo, de la iglesia, de la otra vida, etc., a mí realmente no me interesa. Eso es pura fantasía. He acudido a algunos brujos y médiums, pero no me han podido ayudar. Pero, alguien me lo recomendó a usted”. ¡Bravo! Le hablas de la confesión, de la vida eterna, y te dice que “son fantasías”, pero, por otra parte, te pide: “¡Ayúdeme, estoy enfermo!”. ¿Qué, esperas sanar “como por arte de magia”?

Y ves que muchos, aunque tienen problemas causados por sus propios pecados, no corren a buscar un padre espiritual que pueda ayudarlos de manera efectiva, sino que van a “confesarse” con algún psicólogo. Le relatan sus problemas, reciben determinado consejo y la situación es tan absurda, como si tuvieran que atravesar un río y el psicólogo los arrojara a las aguas, esperando que mueran ahogados o logren salir a la superficie, quién sabe dónde... En tanto que, si acudieran al confesor, es como si atravesaran el río por un puente seguro y cómodo, porque en el Sacramento de la Confesión obra la Gracia de Dios y los protege.

Padre, hay muchos que dicen que no encuentran un buen padre espiritual, por eso no se confiesan.

—Esas son sólo excusas. Cualquier padre espiritual tiene el poder divino, mientras porte su estola. (El sacerdote) oficia el sacramento y tiene el don divino, cuando lee la oración de absolución. Dios borra todos los pecados que confiesas con sinceridad. De nosotros depende cuánto seremos ayudados por la confesión. Recuerdo que una vez vino a buscarme una persona que tenía serios problemas psicológicos, pensando que yo tenía el don de la clarivisión y que podría ayudarle. “¿Qué encuentra en mí, qué puede ver, padre?”. “Veo que tienes que encontrarte un padre espiritual, confesarte con él... y después podrás dormir como un bebé, sin tomar ya ningún medicamento”, le dije. “Es que ya no quedan buenos confesores. Antes sí los había”. Vienen esperando que los ayude, pero no aceptan lo que les recomiendo, y malgastan su dinero en transporte para venir hasta aquí.

Pero también he descubierto una nueva treta del maligno. Les dice a las personas que si hacen alguna promesa y la cumplen, si después se inscriben en alguna peregrinación, ¡listo!, todo está arreglado en lo que respecta a su estado espiritual. Y uno mira a toda esa gente que va a los monasterios con candelas y promesas, en romerías, para encender veladoras y persignarse de forma ceremoniosa, llorar un poco... y con eso basta. No se arrepienten, no se confiesan, no se corrigen y se alegran en esa banalidad.

Padre, ¿una persona que no se confiesa puede tener paz interior y sentir sosiego espiritual?

—¿Cómo podría tener paz? Para que la persona se sienta en paz y sosegada, tiene que arrojar todos los escombros y limpiar el hollín de su interior. Y esto es posible solamente con la confesión. Abriéndole su corazón al sacerdote y confesándole sus pecados, el hombre se humilla y así abre las puertas del cielo, haciendo que descienda el don de Dios en abundancia, y liberándose.

Antes de confesarse, en su cabeza hay sólo niebla y calígine, impidéndole ver con diafanidad y haciéndole justificarse por sus faltas. Cuando la mente del hombre está oscurecida por el pecado, no puede ver con claridad. Con la confesión, viene como un viento purificador que disipa la bruma y limpia el horizonte. Por eso, a quienes vienen a discutir de algún problema o a pedirme algún consejo, si no se han confesado nunca, los envío primero a hacerlo, y después ya pueden venir a conversar. Algunos me dicen: “Padre, si puede entender qué debo hacer en este problema, dígamelo”. “Aunque yo sepa qué es lo que debes hacer, no entenderás lo que tengo que decirte. Por eso, insisto, corre primero a buscar a tu confesor y regresa para que hablemos”. Porque, díganme, ¿cómo comunicarte y entenderte con una persona, cuando estás en una frecuencia distinta?

Confesándose, el hombre arroja todo lo inútil que hay en su interior y empieza a dar frutos espirituales. Cierto día, trabajaba en la huerta, cambiando de lugar unos tomates. Justo en ese momento, apareció una persona, quien me dijo: “¿Qué hace, Padre?”. “¿Qué hago? Estoy confesando la huerta”. “Pero ¿es que también un vergel debe confesarse?”. “Claro que sí. Estoy seguro de que, confesándola, es decir, limpiándola de piedras, maleza y todo eso, empezará a dar frutos mejores... ¡De lo contrario, los tomates serán frágiles e insípidos!”.