Palabras de espiritualidad

¡Sofoquemos el fuego de cualquier conflicto, antes de que crezca y se extienda!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

 “¡Entendámonos!”, dijo. “De ahora en adelante, cuando discutamos, bajemos una octava el tono de la voz, en vez de subirla dos”.

Esfuércense en bajar el tono de la voz, no en subirlo. Esta regla la descubrimos y la consolidamos tu madre y yo, de forma común, en el primer período de nuestra relación, mucho antes de casarnos. Esta regla, como muchas partes muy bellas de nuestro amor, fue consecuencia del carácter más indulgente de tu madre. En la ruidosa casa de mis padres, todos empezábamos a gritar y, una vez nos enfadábamos, el tono iba subiendo conforme se iba encendiendo más la ira entre nosotros.

Creo que ya te conté que, antes de conocer “frente a frente” a tu madre, me enamoré de su voz. En un curso de filología, para animar el ambiente, el profesor le pidió a una chica que recitara algunos versos de Shakespeare. En aquel inmenso salón, yo divagaba con la mente, mientras mis ojos se perdían en los jardines de la universidad, que se veían perfectamente desde el ventanal que yo tenía justo a mi lado. Y, para variar, mis pensamientos tenían un solo trabajo: enumerar cuántos días quedaban para el inicio del campeonato de fútbol de nuestra facultad.

De repente, una voz de ángel llegó a mis oídos… el tono sereno de su voz. Busqué con la mirada y encontré la fuente de aquella voz. En ese momento, hice un juramento: cuando me llegara el momento de buscar una novia, ella sería la primera en mi mente. El resto ya lo conoces. Cuando empezamos a vernos más seguido, sentí en verdad lo que quería decir Shakespeare con la siguiente frase: “¡Su voz era tierna, tulce y serena, algo encantador en una mujer!

Tal como ocurre con todas las parejas de enamorados, el primer conflicto no tardó mucho en aparecer. Y yo caí en ese absurdo hábito de vociferar, como buscando que me oyera todo el vecindario. En un momento dado, me quedé callado y ella me dijo que conocía una forma mucho mejor de resolver los problemas: “¡Entendámonos!”, dijo. “De ahora en adelante, cuando discutamos, bajemos una octava el tono de la voz, en vez de subirla dos”.

No fue fácil, lo reconozco. Para un hombre adulto, bajar el tono de la voz requiere de un gran autocontrol. Lo mismo es necesario, a vcces, para algunas mujeres

(Traducido de: Charlie W. Shedd, Scrisori Caterinei. Sfaturi unei tinere căsătorite, traducerea Preot Constantin Coman, Garoafa Coman, Editura Bizantină, București, pp. 57-58)

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