Solamente Cristo puede sanar la tristeza que nos inunda
El amor de Cristo se adueña de nuestra alma, porque la Gracia de Dios inunda nuestro interior y lo transforma. Por su parte, proviene del demonio esa fuerza que aniega el alma y torna la fuerza espiritual en tristeza, la arroja y la atormenta, hasta inutilizarla.
Algo que puede ayudar al que está triste es el trabajo, el cuidado de su vida. El jardín, las flores, los árboles, pasear entre las plantas... todo eso libra al hombre de su pesadumbre y lo llena de aliento. Es un medicamento muy eficaz. Ocuparse en cosas técnicas o artísticas, como la música, también es algo de gran utilidad. Sin embargo, lo más importante es, me parece, dedicarse a las cosas de la Iglesia, como estudiar la Biblia y los oficios litúrgicos. ¡Estudiando las palabras de Dios, te recobras casi sin darte cuenta!
Voy a contarles algo sobre una chica que vino a buscarme. Sufría de una tristeza atroz. Ningún medicamento había podido ayudarla. Yo le hablé de lo que sé. Le dije que el amor de Cristo se adueña de nuestra alma, porque la Gracia de Dios inunda nuestro interior y lo transforma. Le expliqué también que proviene del demonio esa fuerza que aniega el alma y torna la fuerza espiritual en tristeza, la arroja y la atormenta, hasta inutilizarla. Le aconsejé que se concentrara en otras cosas, como la música, porque era algo que siempre le había gustado. Pero, en lo que más le insistí fue en que dedicara todo su amor a Cristo. Además, le dije que en nuestra Iglesia existe la sanación por medio del amor a Dios y la oración ferviente.
Este es el misterio de la sanación. Y todo esto es parte de nuestra Iglesia.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 299-300)