Palabras de espiritualidad

¿Solamente Tomás fue el incrédulo?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No hay duda de que no solamente Tomás fue el incrédulo. ¡Tampoco los demás creyeron, pero es que se trataba de algo difícil de creer! ¡Tan definitivas e irreversibles debieron parecerles la crucifixión y la muerte de Jesús! 

Nos hemos acostumbrado a hablar sobre Tomás “el incrédulo” y sobre el “Domingo de Tomás”, es decir, de Tomás “el que no creyó”.

Y es que en nuestra mente y en nuestros oídos resuenan los versículos, muchas veces leídos y a menudo recitados, del Evangelio según San Juan capítulo 20, 24-29. Ahí se nos habla de Tomás, quien les aseguró a los otros discípulos que no creería que el Señor había resucitado, mientras no viera en Sus manos las marcas de los clavos y no introdujera la mano en Su costado. Ese mismo texto nos dice que, ocho días después, estando los discípulos reunidos, Jesús vino a visitarlos, a pesar de que todas las puertas estaban cerradas con llave, y, quedándose un tiempo con ellos, le dijo a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira Mis manos; trae tu mano y métela en Mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Abrumado, Tomás apenas pudo decir: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Pero si estudiamos los demás Evangelios, constataremos que no solamente Tomás fue incrédulo, sino también todos los apóstoles, de manera que el “Domingo de Tomás” (entendido como “el incrédulo”), tendría que llamarse el “Domingo de todos los apóstoles vencidos por la incredulidad”.

Y, ciertamente, San Marcos nos presenta a María Magdalena corriendo a contarles a los apóstoles que había visto vivo al Señor y a estos negándose a creerle. Y, yendo otros dos, que lo habían visto de camino al huerto, Jesús se les aparece y los reprende por su incredulidad y petrificación. [...]

Luego, no hay duda de que no solamente Tomás fue el incrédulo. ¡Tampoco los demás creyeron, pero es que se trataba de algo difícil de creer! ¡Tan definitivas e irreversibles debieron parecerles la crucifixión y la muerte de Jesús! Y las promesas de su Maestro: ¡bellas palabras, ilusiones destruidas, artificios de la mente!

(Traducido de: Nicolae Steinhardt​Dăruind vei dobândi, Editura Dacia, 1997, pp. 98-99)