Sólo con nuestras propias fuerzas somos incapaces de hacer algo bueno
Hazte humilde, arrepiéntete por tu impropia devoción de antes, considérate el último de todos, pídele a Dios y a Su Purísima Madre que te ayuden y recibirás consuelo en esta lucha, siendo capaz ya de reconocer que nada bueno podríamos hacer por nosotros mismos.
Porque he observado en tí cierta transformación, de lo espiritual a lo meramente carnal, te escribiré algo en contra de esos cambios. Alguna vez tuviste un arranque hacia la vida espiritual, aunque se trataba, evidentemente, de un movimiento pretencioso y lleno de orgullo. Por eso es que solamente recogías los frutos amargos del engaño, endulzándote —en apariencia— con una vida santa y un engañoso consuelo, supuestamente espiritual. Pero, al caer ese velo de mentira, te diste cuenta del penoso estado en que te hallabas y el maligno inició una cruenta guerra en contra tuya, cosa que hasta ahora no te había pasado, razón por la cual te envanecías de esa falsa santidad, esperanzado en recibir tu vestimenta monacal y recluirte en silencio.
Todo esto no era sino manifestación de tu orgullo: tu aparente santidad no tenía ni una pizca de humildad, condición esencial para que nuestros actos agraden a Dios. Entonces, no desesperes en la lucha que ahora tienes que librar, sino que, sabiendo que ésta te fue permitida para vencer el orgullo —porque, como has notado ya, tus pensamientos no son los mismos de antes— hazte humilde, arrepiéntete de la superficial devoción que antes practicabas, considérate el último de todos, pide el auxilio de Dios y de la Santísima Madre del Señor, y recibirás apoyo en esta batalla. Recuerda que nosotros mismos, por nuestros propios medios, somos incapaces de hacer algo bueno.
(Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol. I, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 158)