Su Beatitud Daniel: “El Nacimiento de Cristo, anunciado por los profetas y proclamado por los ángeles y los pastores” (Carta Pastoral de Navidad, 2025)
Dios recorre el mundo de manera misteriosa y viene a nosotros bajo el rostro de todo hombre que necesita de nuestra ayuda. El Señor Jesucristo asume el rostro del hombre, para que nosotros volvamos constantemente nuestro rostro hacia Él.
Piadosísima comunidad monástica, muy venerable clero y cristianos ortodoxos de la Metropolía de Bucarest.
Gracia, paz y alegría de nuestro Señor Jesucristo, y, de nuestra parte, paternales bendiciones.
«El cielo y la tierra, hoy, según los profetas, alégrense; que los ángeles junto con los hombres celebren espiritualmente: Dios, en la carne, se ha manifestado a los que estaban sentados en tinieblas y en sombra, naciendo de la Virgen […]» [1].
Piadosísimos y muy venerables Padres,
Amados hermanos y hermanas en el Señor,
El propósito de la Encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo y de la Virgen María, y de Su nacimiento como hombre en Belén, es la salvación de la humanidad del pecado y de la muerte, es decir, la obtención de la vida eterna.
Por el pecado de la desobediencia a Dios, el ser humano se separó de Él —Quien es la Fuente de la vida— y se volvió mortal, sujeto a la corrupción. «Así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron en él», nos dice el Santo Apóstol Pablo (Romanos 5, 12); es decir, todos los hombres heredaron una naturaleza humana inclinada al pecado.
Pero ¿quién, sino Dios, Quien carece de todo pecado y de la muerte, puede salvar o liberar al ser humano del pecado y de la muerte? Ciertamente, solo Aquel que creó el mundo y al hombre puede conceder a los seres humanos la vida, la bienaventuranza y Su amor eterno.
Este año, 2025, se cumplen 1700 años del Primer Concilio Ecuménico de Nicea, celebrado en el año 325. Los Santos Padres de Nicea confesaron y mostraron que, si Jesucristo no es verdadero Dios, el hombre no puede recibir ni la salvación ni la vida eterna.
Por lo tanto, en el Credo de la Iglesia confesamos la fe «en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible»; la fe «en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios […] engendrado, no creado, consustancial al Padre, por quien todo fue hecho»; y la fe «en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Aunque la obra es común, cada Persona de la Santísima Trinidad participa, no obstante, de un modo propio en la creación del mundo.
Dios Padre crea el mundo con el Hijo y con la acción del Espíritu Santo. Así, en el Salmo 32, 6 podemos leer: «Por la Palabra del Señor fueron afirmados los cielos, y por el Espíritu de Su boca todo Su poder». San Basilio el Grande explica este versículo de la siguiente manera: «La “Palabra” es el Verbo que desde el principio estaba junto a Dios (cf. Juan 1, 1), y el “Espíritu de Su boca” es el Espíritu Santo».
Sin embargo, la creación del hombre fue decidida en consejo por la Santísima Trinidad y fue proyectada según la imagen y semejanza de la comunión de vida y amor eterno de la Santísima Trinidad. Por eso, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Génesis 1, 26).
Ese plural misterioso en dicho versículo se refiere al consejo del Padre con el Hijo y el Espíritu Santo, tal como nos lo enseñan los Santos Padres de la Iglesia, como Justino el Mártir y Filósofo, e Ireneo de Lyon.
El Nuevo Testamento nos muestra que el Misterio de la Encarnación manifiesta una relación especial entre el Hijo de Dios y la creación, porque la Encarnación del Hijo de Dios era el mismo propósito de la creación del mundo (cf. Efesios 1, 4; II Timoteo 1, 9).
«Todo fue hecho por Él» (Juan 1, 3). Todo se hizo en Él, por Él y para Él (cf. Colosenses 1, 16).
En el Prólogo de su Evangelio, el Santo Apóstol Juan, que insiste más que nadie en el vínculo existente entre Dios y la vida del mundo, afirma ante todo la divinidad de Cristo para explicar luego que Él es la Vida plena, la existencia como amor eterno y perfecto:
«En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1, 1-4). Por tanto, nuestro Señor Jesucristo viene al mundo para otorgar al mundo luz (sentido) y vida eterna.
Dios creó el mundo y a los seres racionales (los ángeles y los hombres) para comunicarles Su vida, Su amor y Su bienaventuranza eternas, a aquellos seres racionales y libres que responden a Su llamada a participar de la vida eterna del Reino de los Cielos.
San Ireneo de Lyon expresa así el fin de la Encarnación de Cristo: «Esta es la razón por la cual el Verbo de Dios se hizo carne e Hijo de Dios, Hijo del Hombre: para que el hombre entre en comunión con el Verbo de Dios y, recibiendo esa filiación, llegue a ser hijo de Dios. No podemos, en efecto, participar de la inmortalidad sin una unión estrecha con Aquel que es Inmortal. ¿Cómo podríamos unirnos a la inmortalidad si esta no se hubiera hecho lo que somos nosotros, para que la naturaleza mortal fuera asumida en ella y así nosotros fuéramos adoptados como hijos y llegáramos a ser hijos de Dios?» [4].
Cristianos ortodoxos,
El Misterio del Hijo de Dios, Quien se hizo hombre por Su amor infinito al hombre, es el fundamento y el corazón de nuestra fe. Este inmenso y santo misterio fue el propósito por el cual Dios creó el mundo. Y fue anunciado y previsto por los profetas de Dios, inspirados por el Espíritu Santo, y luego fue vivido y confesado por los Apóstoles de nuestro Señor Jesucristo (cf. Romanos 1, 2), defendido y dogmatizado ante las herejías por parte de los Padres de la Iglesia y glorificado y cantado por todos los cristianos piadosos que aman a Dios.
Así, setecientos años antes de Cristo, el profeta Isaías (766-686 a.C.) predice el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de una virgen, cuando habla de la prodigiosa señal que Dios dará a la casa de David:
«Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emanuel» (Isaías 7, 14); «Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: “Consejero maravilloso”, “Dios fuerte”, “Padre para siempre”, “Príncipe de la paz”» (Isaías 9, 5).
También el profeta Miqueas, en el siglo VII a. C., predijo el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo en Belén, mostrando al mismo tiempo que Su origen es eterno: «Y tú, Belén Efratá, aunque eres pequeña entre los millares de Judá, de ti saldrá el que ha de gobernar en Israel; y Su origen es desde el principio, desde los días de la eternidad» (Miqueas 5, 1).
Los santos evangelistas Mateo y Lucas mostraron cómo aquello que los profetas habían anunciado cientos de años antes se cumplió en el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, en Belén de Judea (cf. Mateo 1, 18-24 y Lucas 2, 1-20).
Más precisamente, el Santo Evangelista Mateo nos dice: «Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, que dice: “He aquí, la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y llamarán su nombre Emanuel”, que traducido significa: Dios con nosotros» (Mateo 1, 22-23; cf. Isaías 7, 14).
Por su parte, el Santo Evangelista Lucas nos relata que, después del Nacimiento del Niño Jesús, un ángel revela a los pastores que estaban cerca de Belén la verdadera identidad del Niño: «Y he aquí que un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: “No temáis, porque he aquí os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David”» (Lucas 2, 9-11).
El Santo Evangelista Lucas, el único que habla de la presencia de los pastores en el Nacimiento de Cristo, nos dice de ellos que «estaban en el campo y velaban haciendo guardia nocturna sobre su rebaño» (Lucas 2, 8), cuando vieron la gloria de Dios resplandecer a su alrededor, y que la multitud del ejército celestial de los ángeles alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, entre los hombres buena voluntad!» (Lucas 2, 14).
Los ángeles, en realidad, glorificaban el amor misericordioso de Dios, la paz que el amor humilde de Cristo trae al mundo y la buena voluntad entre los hombres, cuando en sus corazones mora la Gracia de Dios.
El Niño Jesús nace en una gruta y es acostado en un pesebre, durante la noche, mientras los habitantes de Belén dormían. En las afueras de la ciudad, en el campo, solo los pastores de las ovejas velaban. A estos hombres sencillos y vigilantes se les aparecen coros de ángeles en luz y canto, para que contemplen cómo Dios transforma el humilde campo en gloria y convierte su soledad en alegría.
Los pastores de Belén fueron los primeros testigos del Nacimiento del Niño Jesús; fueron los primeros hombres que «glorificaron y alabaron a Dios por todo lo que habían oído y visto», anunciando después también a los habitantes de la ciudad de David la buena nueva: «que hoy os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor» (cf. Lucas 2, 11).
Es significativo el hecho de que, en el Antiguo Testamento, algunos justos que prefiguraron simbólicamente a Cristo el Señor fueron pastores de rebaños: Abel (cf. Génesis 4, 2), José (cf. Génesis 37, 2), David (cf. 1 Samuel 16, 11).
En el Nuevo Testamento, Cristo el Señor se llama a Sí mismo el Buen Pastor (cf. Juan 10, 11), otorgando a esta labor connotaciones santas y salvíficas en el plano espiritual. Comentando las palabras del Señor Jesucristo «Yo soy la puerta» (Juan 10, 9), San Dumitru Stăniloae afirma: Cristo es «la puerta por la que entran y salen las propias ovejas. Por Su humanidad entran las ovejas dotadas de razón hacia Dios, encontrando un pasto espiritual. Es fácil y provechoso entrar por Cristo al Padre, pero también salir de uno mismo hacia el prójimo. Cristo es la única puerta por la que el hombre sale de la prisión del egoísmo y de lo meramente humano encerrado en el mundo» [5].
Los Santos Padres de la Iglesia que explicaron el Evangelio de San Juan, especialmente San Juan Crisóstomo (†407) y Cirilo de Alejandría (†444), subrayaron que el Buen Pastor se distingue tanto del ladrón o del bandido que entra al establo para llevarse las ovejas, así como de aquellos que pastorean pensando solamente en obtener un beneficio, demostrando que el obetivo primordial y último de la labor pastoral no tiene que ser el provecho personal, sino la salvación de los fieles, es decir, protegerlos de aquellos que tergiversan la fe correcta y desgarran la unidad de la Iglesia, así como la guía de los fieles al camino de la santidad, es decir, su unión con Cristo, por medio de los Sacramentos, con la oración y la práctica de las virtudes [6].
Como pastor, médico y salvador de almas, una vez con el inicio de Su misión, nuestro Señor Jesuristo iba de ciudad en ciudad para juntar a las ovejas perdidas, ofreciéndoles alimento espiritual y sanándolas de toda enfermedad y debilidad (cf. Mateo 4, 23; Juan 10, 11-16).
Cristo, el Caminante y Peregrino, que recorre todas partes para reunir y salvar a los hombres, dice: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza» (Mateo 8, 20). Sin embargo, Sus palabras no se refieren a la incapacidad de encontrar una casa, sino a Su obra santa y misionera permanente. Él recorre el mundo, busca a quienes viven de modo pasajero en este, para otorgarles la vida eterna en el Reino Celestial de la Santísima Trinidad.
Caminante o peregrino en el mundo durante Su vida en la tierra, Cristo el Señor se nos muestra a veces como un viajero misterioso incluso después de Su muerte y Resurrección, cuando avanza hacia Emaús como un peregrino desconocido junto a Lucas y Cleofás, a quienes se da a conocer solo después de que lo invitan a entrar en su casa (cf. Lucas 24, 29-31). De este modo, se nos muestra que Dios recorre el mundo de manera misteriosa y viene a nosotros bajo el rostro de todo hombre que necesita de nuestra ayuda. El Señor Jesucristo asume el rostro del hombre, para que nosotros volvamos constantemente nuestro rostro hacia Él.
Puesto que el misterio del Nacimiento del Señor Jesucristo nos revela al Hijo de Dios encarnado como Caminante y, al mismo tiempo, como Mensajero de la Buena Nueva en el mundo, los cristianos ortodoxos rumanos han visto en los cantores de villancicos navideños a los mensajeros del amor de Dios por el mundo.
Los cantores de villancicos representan de forma mística a los ángeles que anuncian a los pastores de Belén la alegría del Nacimiento de Cristo, pero también al mismo Cristo Señor, que nos trae la alegría del amor de Dios por los hombres y espera que también nosotros respondamos, con alegría y amor, a la llamada de Dios. Este es el sentido espiritual de nuestros villancicos de Navidad y de la visita pastoral de los sacerdotes con el icono del Nacimiento del Señor a las casas de los fieles.
Amados fieles,
En la sociedad contemporánea, marcada por la secularización o por la indiferencia espiritual, se hace cada vez más necesaria una renovación del llamado que recibe todo cristiano, clérigo o laico, a ser, como los ángeles y los pastores de Belén, mensajeros o apóstoles del amor misericordioso de Cristo en el mundo.
Por ello, la Iglesia nos exhorta a todos a convertirnos en cantores de villancicos, testigos y mensajeros de Cristo el Mesías, que vino al mundo para concedernos paz y alegría, salvación, vida y felicidad eterna.
Que Cristo el Señor, Amante de los hombres y Salvador de nuestras almas, nos ayude con Su Gracia a manifestar a nuestro alrededor Su amor humilde y misericordioso hacia todos los hombres, pero especialmente hacia los más necesitados, los niños, los enfermos y los ancianos, y a derramar en los corazones y en los hogares de todos Su paz y Su santa alegría, la misma que otorgó en otro tiempo a los ángeles y a los pastores de Belén.
Como en los años anteriores, en el umbral entre años, es decir, en la noche del 31 de diciembre de 2025 al 1 de enero de 2026, y también en el día de Año Nuevo, elevemos oraciones de gratitud a Dios por las bondades recibidas de Él en el año 2025 que ha pasado, y pidámosle Su ayuda en toda obra buena y provechosa durante el Año Nuevo en el que entramos.
Recordemos en nuestras oraciones también a todos nuestros compatriotas que se encuentran en el extranjero, lejos de la Patria natal, para que conservemos la unidad de fe y de pueblo.
Con motivo de las santas fiestas de la Natividad del Señor, del Año Nuevo 2026 y del Bautismo del Señor, queremos manifestarles nuestros votos por la salud, la salvación, la paz, la alegría y la felicidad de todos, y la abundante ayuda de Dios en toda buena obra, siguiendo la exhortación del “villancico bueno y santo”: «Y ahora me despido, sé saludable / y alegre en Navidad; / pero no olvides, cuando te sientas lleno de dicha, / rumano, ser bueno»
¡Por muchos años!
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes” (II Corintios 13, 13).
Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,
† Daniel
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana
Notas
[1] Estíjera, tono 1, en la Litía; día veinticinco, en el Mineo de diciembre, Ed. Institutului Biblic și de Misiune Ortodoxă, Bucarest, 2019, p. 513.
[2] Arístides Papadakis, „Nicaea I”, în Alexander P. Kazhdan (ed.), Re Oxford Dictionary of Byzantium, vol. 3: K-O, Oxford University Press, New York/ Oxford, 1991, p. 1465.
[3] San Basilio el Grande, Tâlcuire la Psalmi [Interpretación de los Salmos], Ed. Institutului Biblic și de Misiune Ortodoxă, București, 2009, p. 110.
[4] San Ireneo de Lyon, Împotriva ereziilor III [Contra las herejías] 19, 1, în Irénée de Lyon, Contre les hérésies. Livre III, I.A. Rousseau, L. Doutreleau (eds), coll. Sources chrétiennes, vol. 210, Éd. Cerf, Paris, 1974, p. 368.
[5] Nota explicativă 1313 a Sfântului Preot Mărturisitor Dumitru Stăniloae la: Sf. Chiril al Alexandriei, Comentariu la Evanghelia Sfântului Ioan, în Sf. Chiril al Alexandriei, Scrieri. Partea a patra, coll. Părinți și Scriitori Bisericești, vol. 41, trad., introd. și note de Pr. D. Stăniloae, Ed. Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 2000, p. 704.
[6] San Juan Crisóstomo, Omilii la Evanghelia după Ioan [Homilías sobre el Evangelio según Juan], vol. I, trad. din limba greacă veche de Maria-Iuliana Rizeanu, introd. și note Ierom. Policarp Pîrvuloiu, în coll. Părinți și Scriitori Bisericești, S.N., vol. 15, Ed. Basilica, București, 2016, pp. 268-284; Sf. Chiril al Alexandriei, Comentariu la Evanghelia Sfântului Ioan, pp. 699-721.
