Sumisión y obediencia
La docilidad y la sumisión constituyen un vínculo directo con el Espíritu Santo, no con el espíritu del mal.
La docilidad y la sumisión constituyen un vínculo directo con el Espíritu Santo, no con el espíritu del mal. Tenemos que cortar los retoños dañinos de nuestros apetitos, que son desordenados y perjudiciales, para mejor injertar, en las ramas de nuestro hombre interior, la voluntad de Dios. Por esas ramas corre la savia del Espíritu Santo, misma que nos hace dar los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, generosidad, fidelidad, mansedumbre y templanza, Con estas virtudes lograremos gobernar nuestra nave en la santidad y podremos doblegar a la pasión de los apetitos. Y si tuviéramos que cerrarle la boca a quienes no tienen conciencia ni razón, es mejor hacerlo por medio de dichas virtudes.
Y si, como dice la Escritura, “la insumisión es igual al pecado de la brujería y la desobediencia”, semejante a la idolatría, tenemos que saber que la docilidad y la sumisión constituyen un vínculo directo con el Espíritu Santo, no con el espíritu del mal. Tal forma de obediencia es también una adoración elevada en espíritu y verdad al Padre Celestial, y no al padre de la mentira, el cual habita entre los ídolos. Y tal como un río, debido a que tiene dos orillas, entre las cuales brota y corre, no se pierde, sino que llega al mar con fuerza, asi también el alma humana, gracias a su docilidad y obediencia a Dios y Sus santos, llega entera a la vida eterna que nos espera.
(Traducido de: Arhimandritul Paulin Lecca, Adevăr și Pace. Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, p. 109)