Palabras de espiritualidad

También los santos sabían cultivar un fino humor

  • Foto: Oana Nechifor

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Los grandes carismas que poseía San Basilio, que nos llenan de un sentimiento de profundo respeto frente a semejante personalidad de la Iglesia, contribuyen, al mismo tiempo, a persentárnoslo como alguien lejano e inaccesible.

Quienes tienen ciertos conocimientos sobre San Basilio el Grande conservan en su mente una imagen especial de este gran Padre de nuestra Iglesia, que lo presenta como un hombre con una vida cristiana, con una educación distinguida y un profundo juicio teológico, con escritos de calidad, con cualidades administrativas y una gran autoridad y aprecio en su entorno.

Esta imagen es absolutamente correcta. Pero esos grandes carismas que poseía San Basilio, que nos llenan de un sentimiento de profundo respeto frente a semejante personalidad de la Iglesia, contribuyen, al mismo tiempo, a persentárnoslo como alguien lejano e inaccesible.

A pesar de lo anterior, creemos que San Basilio el Grande poseía, en gran medida, el carisma de la comuncción con su entorno, con todo lo que le rodeaba, así como un fino sentido del amor, que adornaba sus textos y que queda evidenciado especialmente en su correspondencia personal. Ese lado humano de su carácter, para utilizar esta expresión contrastante, lo hace más cercano a nosotros, más fácil de imitar.

Prueba de su humor son dos breves epístolas suyas. La primera fue enviada a un célebre calígrafo. La presentamos en un lenguaje sencillo: «Escribe correctamente para usar bien las líneas. Que la mano no se te levante demasiado ni se precipite hacia abajo. No apresures la pluma para que ande torcida, como el cangrejo del mito de Esopo. Avanza recto, como si caminaras sobre un tonel. Mantén siempre la línea derecha, que te aleja de cualquier irregularidad. Escribir una línea hacia abajo y otra hacia arriba no es en absoluto correcto, mientras que escribir recto resulta agradable para todos los que ven tu texto. No los obligues, en el momento de la lectura, a mirar unas veces arriba y otras abajo, como si estuvieran mareados. Exactamente eso me ocurrió a mí cuando leí lo que escribiste. Normalmente, cuando las líneas están una debajo de otra y alguien quiere pasar a la siguiente, dirige la vista al inicio de la nueva. Pero en tu caso no se distingue ninguna línea. Así que, para llegar al comienzo de la siguiente, tuve que leer la línea que acababa de terminar al revés, como Teseo en el mito de Ariadna. ¡Escribe, pues, correctamente y no te burles de tu propio entendimiento!».

La segunda epístola, que es más breve, está dirigida a otra persona, agradeciéndole por unos pescados que le fueran enviados como obsequio: «Con mucho gusto comí los peces de río que me enviaste y, al mismo tiempo, me entristecí por aquellos que se te escaparon de la red. Sin embargo, para mí, más importantes que los peces son tus epístolas. Así que… ¡escríbeme de vez en cuando! Y si te resulta más agradable guardar silencio, no dejes entonces de orar por nosotros».

(Traducido de: Ilias A. Voulgarakis, Momente din vremea Părinţilor, Editura Egumeniţa, pp. 51-52)

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