Tanto vale una familia, un pueblo, como sea capaz de entender del Evangelio
Si en este momento nos preguntáramos los unos a los otros cuántos leímos hoy al menos una página del Evangelio, muchos no sabríamos qué decir. Ciertamente, el Evangelio de Cristo ha llegado a ser el último libro que nos interesa leer.
Intentemos superar algunos prejuicios y esforzémonos en entender que, muchas veces, detrás de algunas situaciones se esconde la palabra del Evangelio, tan plena como en el Evangelio mismo, ése que, de hecho, guardamos en algún cajón, olvidado y bajo una gruesa capa de polvo. Porque si en este momento nos preguntáramos los unos a los otros cuántos leímos hoy al menos una página del Evangelio, muchos no sabríamos qué decir. Ciertamente, el Evangelio de Cristo ha llegado a ser el último libro que nos interesa leer. Leemos toda clase de cursos, reportes, estudios, diarios, revistas, textos, correos electrónicos, mensajes de teléfono... leemos, no sé qué cosas más, catálogos de automóviles. Mientras tanto, el Evangelio de Cristo nos observa desde un abandonado anaquel, lleno de polvo. Lo mantenemos en el polvo, porque polvo somos.
Tanto vale una familia, un pueblo, como sea capaz de entender del Evangelio. Este es el valor de una familia. Pero, atención, que tampoco debemos exagerar... Pensemos en la siguiente escena: vuelve la esposa del trabajo, cansada y en silencio; en sus manos, dos bolsas con las compras del día. Al llegar a la puerta de la casa, esta se abre súbitamente. Es su marido, quien sale corriendo a su encuentro, mientras dice con vehemencia: “¡Obedeciendo la palabra del salmista he salido a tu encuentro, hermana, porque bendita eres de Dios!”. ¡Por favor! Cuando el Santo Apóstol Pablo nos dice que debemos hablar con palabras espirituales, con los Salmos, no se refiere a salir al encuentro de nuestra esposa y arrebatarle las bolsas que trae en las manos. La palabra espiritual debe generar gestos espirituales. Tristemente, nuestros gestos íntimos familiares son de una profunda dejadez, y sea cual sea el “cristianismo” que tratamos de esbozar en nuestras vidas, lo hacemos con displicencia.
(Traducido de: Preot Conf. Dr. Constantin Necula, Creștinism de vacanță, Editura Agnos, Sibiu, 2011, pp. 40-41)