Palabras de espiritualidad

¿Te casaste? ¡Entonces, debes cargar la cruz del matrimonio!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

¿Has visto cómo Cristo puede transformar todo, buscando nuestro bien? El sentido de la enfermedad, las tribulaciones inesperadas y las tentaciones no es otro que llevarnos a Él.

Voy a contarte algo que te sorprenderá. Cierta vez, cuando me hallaba en la Nueva Skete, una mujer me escribió lo siguiente: «Padre, le suplico que ore por mi esposo. Ultimamente ha venido a casa muy tarde, y además su comportamiento hacia mí ha cambiado, tornándose muy desagradable. Yo sospecho que tiene otra mujer y me da miedo quedarme sola con nuestros dos hijos».

Anoté sus nombres y después me puse a hacer la “Oración de Jesús” por ellos. Cuando terminé, le escribí a la mujer: «De acuerdo, pero tendrás que orar tú también. Aquí velamos entre ocho y nueve horas cada noche. ¡Ora tú también cada noche, todo lo que puedas!». Además, le expliqué cómo hacer la “Oración de Jesús”, recomendándole hacer también el Acatisto de la Anunciación diariamente.

A los pocos días recibí su respuesta: «Padre, estoy haciendo todo lo que me dijo. Ya desde el primer día sentí un profundo alivio. La intranquilidad ha desaparecido. He comenzado a dejar todo en manos de Dios».

Al poco tiempo, otra carta. Pero, antes de que tuviera tiempo para sentarme y responderle, vino otra, y después otra... ¿Qué decían? «¡Qué dulce es la vida junto a nuestro Cristo, padre! Si lo hubiera sabido antes, me habría hecho monja. ¡Qué bueno sería si no tuviera esposo e hijos! A menudo pienso: “¡Qué feliz sería si mi esposo decidiera separarse de mí! ¡Viviría aún en casa como una monja!”».

Le respondí: «Estas descubriendo la belleza de la vida monacal. Pero, de momento, que este no sea tu anhelo. ¿Te casaste? ¡Debes cargar la cruz del matrimonio! Sigue orando y espera que se haga la voluntad de Dios. Él sabe cómo disponer todo de la mejor manera».

No recuerdo bien por qué motivo interrumpimos la correspondencia. Pero, mientras me tuvo al tanto de lo que iba pasando en su vida, supe que todo estaba en orden con ella y sus hijos. Te dejo un detalle revelador: a veces, cuando su esposo regresaba un poco más temprano de sus distracciones nocturnas, ella se entristecía, pensando: «¿Por qué tenías que venir tan temprano hoy? ¡Me acabas de estropear mi charla con el Señor!».

¿Has visto cómo Cristo puede transformar todo, buscando nuestro bien? El sentido de la enfermedad, las tribulaciones inesperadas y las tentaciones no es otro que llevarnos a Él. Cuando los búlgaros nos hicieron prisioneros, ¡qué oración tan pura hacíamos, cuántas lágrimas derramábamos! ¡Cuando nos dejaron en libertad, estábamos a un paso de convertirnos en verdaderos portadores de Cristo!

Entonces, un hermano que se hallaba presente le preguntó al stárets:

—Padre, ¿qué pasó con el marido de la señora?

—Mientras mantuve correspondencia con ella, el hombre seguía con su vida de pecado. Pero creo que algo tuvo que haber ocurrido con ellos. Ella oraba mucho, muchísimo. Y estoy seguro de que en algún momento esas plegarias alcanzaron el corazón de su esposo.

(Traducido de: Monahul Iosif Dionisiatul, Starețul Haralambie ‒ Dascălul rugăciunii minții, traducere și editare de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2005, pp. 190-192)