¿Te has imaginado alguna vez en tu lecho de muerte?
No hay nada que inspire tanto el temor de Dios, con todos sus frutos espírituales, como el recuerdo de nuestra propia muerte y de lo que habremos de responder ante Él.
Nuestro espíritu se renueva con la Gracia de Dios, y por medio de los Sus sacramentos, para que podamos resistir contra las pasiones del alma y el cuerpo. Aún así, debido a nuestra dejadez e indolencia, las pasiones llegan a dominar nuestra mente y llevarla al pecado.
La mejor forma de vencer la pereza, el medio más eficiente para fortalecer nuestro espíritu en la lucha contra las pasiones del cuerpo y del alma, es el recuerdo de nuestra propia muerte y el Juicio Final. Tratemos de imaginarnos que estamos en nuestro lecho de muerte. Luego, pensemos que estamos por enfrentarnos al estremecedor Juicio de Cristo. ¿Cómo nos sentiríamos? Supongo que todos los apetitos y todas las pasiones se desvanecen, y todo aquello que nos ataba al mundo acaba disipándose. ¿Por qué? Porque en tales circunstancias hay un solo anhelo en el corazón, uno que nos exhorta a suplicar: “¡Señor, ten piedad de mí!”.
No hay nada que inspire tanto el temor de Dios, con todos sus frutos espírituales, como el recuerdo de nuestra propia muerte y de lo que habremos de responder ante Él. Mantengamos en el corazón esa misma lucidez y vigilia, con ese pensamiento y otros semejantes. De lo contrario, (nuestro corazón) se llenará de espinas y maleza, sometido por la desidia, la molicie y el ocio.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Călăuzire către viața duhovnicească, Editura Egumenița, p. 99)