¡Te presentamos, Señor, nuestra sed de salvación!
“Quien tenga sed, que venga a Mí y beba”, nos invita el Señor. Pero no nos podemos acercar a Él con cualquier forma de sed, sino solamente con esa sed que tenemos que pedirle que mitigue en nosotros. ¿Y qué otra cosa debemos pedirle a Él con más fuerza, sino nuestra salvación?
¡Qué buen modelo de enseñanza nos presenta hoy la mujer samaritana! Fue a por agua normal, común, pero en la fuente de agua ordinaria obtuvo un manantial de salvación. Podemos notar que su alma no había sido completamente absorbida por las preocupaciones diarias. Por eso, el Señor logró, con unas pocas palabras, llevar su atención de las cosas terrenales a las del Cielo, y, con el pretexto de sacar un poco de agua, le enseño a buscar esa agua que, habiéndola bebido, nadie volverá a sentir sed: “El que bebe esta agua tendrá otra vez sed, pero el que beba del agua que Yo le dé no tendrá sed jamás. Más aún: el agua que Yo le daré, será en él manantial que salta hasta la vida eterna” (Juan 4, 13-14). Escuchando esto, la mujer dijo: “¡Señor, dame de esa agua!”.
Nuestra Santa Iglesia, en los cánticos específicos para el domingo en el que se lee este texto evangélico, atrae fuertemente nuestra atención a este momento y nos presenta al Señor, Quien nos llama: “Quien tenga sed, que venga a Mí y beba”, esperando que también nosotros, al igual que aquella mujer de Samaria, nos dirijamos a Él, implorándole: “¡Danos, Señor, de Tu agua!”.
¡Adentrémonos, entonces, hermanos, en la enseñanza del Evangelio y escuchemos lo que nos dice la voz de la Iglesia!
“Quien tenga sed, que venga a Mí y beba”, nos invita el Señor. Pero no nos podemos acercar a Él con cualquier forma de sed, sino solamente con esa sed que tenemos que pedirle que mitigue en nosotros. ¿Y qué otra cosa debemos pedirle a Él con más fuerza, sino nuestra salvación? Así pues, sedientos de salvación, presentémonos ante el Señor con el deseo de calmar esa sed, valiéndonos, con un corazón puro, de los medios que Él ha querido poner a nuestro alcance para ello.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Viața lăuntrică, Editura Sophia, 2011, pp. 227-228)