Te presento la ofrenda de mi obediencia, Señor
La mejor perseverancia que nos enseña la Iglesia son precisamente los períodos de ayuno que ella misma nos prescribe.
La más grande ofrenda que podemos presentarle al Señor somos nosotros mismos. Y esto no lo podemos hacer si antes no renunciamos a nuestra voluntad. La obediencia nos enseña cómo lograrlo. Y a la obediencia se llega por medio de la perseverancia. Y la mejor perseverancia que nos enseña la Iglesia son precisamente los períodos de ayuno que ella misma nos prescribe. Junto al ayuno, tentemos también otros mentores a los que tenemos que obedecer, quienes nos acompañan a cada paso de nuestra vida cotidiana, y tenemos que aprender a ver qué es lo que esperan de nosotros.
Tu esposa te pide que te pongas el impermeable antes de salir: obedécele, para perseverar en la obediencia. Tu compañero de trabajo te suplica que lo encamines con tu auto al volver a casa: hazlo, para crecer en la obediencia. Tu hijo que aún no sabe hablar te pide con gestos que le pongas atención: atiéndelo, en la medida de tus posibilidades, para practicar la obediencia. Puedes encontrar en cada hermano del monasterio un motivo para practicar la oración. Lo mismo es aplicable para la Liturgia o cuando estás entre los demás.
(Traducido de: Tito Colliander, Calea Asceților, tradusă de părintele Dan Bădulescu, Editura Scara, București, 2002, p. 34)