Palabras de espiritualidad

¿Temerle a la muerte?

    • Foto: Magda Buftea

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“¿Crees en la vida después de la muerte?”. “¡Precisamente esa es la razón por la que deseo que la muerte venga pronto por mí!”.

¿Has oído hablar del beato Habacuc, el diácono? Mientras los turcos lo llevaban a Belgrado sujeto con cadenas, para torturarlo y después darle muerte, este valiente hombre cantaba: “¡El serbio es de Cristo, se alegra con la muerte!”. Estas palabras coinciden con el espíritu del Apóstol Pablo, quien escribió lo siguiente a los filipenses: “Me siento apremiado por ambas partes: por una, deseo la muerte para estar con Cristo, lo que es mejor para mí; por otra, deseo continuar viviendo, lo que juzgo más necesario para vosotros” (1, 23). El Apóstol se refiere aquí a la muerte como un paso de esta vida a la otra. Y la idea de la vida eterna le alegra mucho más.

No hace mucho tiempo, le pregunté lo siguiente a un anciano lleno de vitalidad: “¿Qué es lo que más deseas que Dios te conceda en este mundo?”. Poniéndose la mano sobre el pecho, me respondió: “¡La muerte, y solamente la muerte!”. “Pero ¿crees en la vida después de la muerte?”. “¡Precisamente esa es la razón por la que deseo que la muerte venga pronto por mí!”, concluyó él.

Los incrédulos le temen a la muerte, porque consideran que es la destrucción total de la vida. Por otra parte, muchos creyentes le temen a la muerte, porque creen que no han cumplido con su misión en este mundo: no han llevado a sus hijos al buen camino, o no han terminado la obra que empezaron. Incluso algunos santos sintieron cierto temor en el momento de morir. Cuando los ángeles descendieron para llevarse el alma de San Sísoes, aquel hombre de Dios oró para que se le concediera un poco más de tiempo en esta vida y, por medio del arrepentimiento, prepararse para la vida eterna. A manera de conclusión, los santos no le temían a la muerte, sino al juicio de Dios, posterior a la muerte. Este es el único temor justificado del cristiano, quien cree firmemente en la vida futura y en el juicio de Dios.

(Traducido de: Episcopul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, Editura Sophia, București, 2002,  pp. 231-232)