Palabras de espiritualidad

¡Tengo sed!

  • Foto: Oana Nechifor

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Ofrécele todo lo que tengas, lo mejor, el vino vigoroso de tus fuerzas, que te puede acercar y unir a los demás. ¡Ofrécele todo lo que Él te ha dado a ti!

¿De qué tenía sed Jesús, cuando fue a la fuente de Jacob? Tenía sed de salvar el alma de la mujer samaritana. Y ahora quisiera salvar cualquier alma. ¿Has sentido alguna vez, al menos una ínfima parte de esa sed? ¿Lo que has recibido de Dios no te ha despertado el fervor por la salvación de otros? Si no es así, ¿no se estarán muriendo los dones de Dios en ti?

Había llegado el momento en que Cristo tenía que subir al Gólgota, clavado en la cruz, sometido a tormentos horribles. Entonces, Su alma se llenó de una sed muy grande, dolorosa, y “para que se cumpliera lo dicho en la Escritura”, dijo: “Tengo sed”. Los soldados que estaba ahí le mojaron los labios con una esponja humedecida en vinagre. Y, después de gustar el vinagre, Jesús exclamó: “¡Todo está consumado!” (Juan 19, 28-30). En la cruz, Cristo tenía sed de la salvación del mundo entero. Fue ahí en donde Él se hizo para nosotros un sacrificio redentor, “para que nosotros seamos en Él justicia de Dios” (II Corintios 5, 21).

¿Sufrimos también nosotros al lado de Cristo? ¿Estamos a Su lado con el alma, o le damos vinagre para que lo beba?

No le des de beber al Señor agua pútrida, infecta, una partícula insípida o incolora de tu ser. Ofrécele todo lo que tengas, lo mejor, el vino vigoroso de tus fuerzas, que te puede acercar y unir a los demás. ¡Ofrécele todo lo que Él te ha dado a ti!

(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 340)