Testimonio del poder de Dios en la vida de un sacerdote
“Cuando todo parecía oscuro, cuando sentía que no tenía ninguna salida, Dios siempre vino a abrirme una puerta…”
«No perdamos nunca la esperanza, porque Dios siempre nos librará de hasta la situación más difícil. Podría darles cientos de ejemplos de mi vida personal, cuando, en esos momentos en los que todo parecía oscuro, cuando sentía que no tenía ninguna salida, Dios siempre vino a abrirme una puerta. ¡Cuántas veces, especialmente cuando estuve en prisión, Dios no me libró del pecado y de los peligros de este mundo!
Me acuerdo de cuando fui nombrado maestro en el Seminario. Fue en un verano, y ese mismo otoño el patriarca Justiniano vino a visitarnos. Al verme, me dijo: “¡Prepárate para ser ordenado sacerdote!”. Pero yo sentía que me faltaban méritos para ello y también los suficientes conocimientos teológicos, porque, a pesar de haber terminado la Facultad de Teología, no había asistido al Seminario. ¡Cuando me acordé de que tanto San Juan Crisóstomo como San Gregorio rechazaron ser ordenados, me asusté! Si ellos, siendo santos, le temían al sacerdocio, por la responsabilidad que implica, ¿quién era yo para aceptarlo? Algunas semanas después, el patriarca volvió a venir al Seminario, y me dijo: “El jueves te haremos diácono”, justo en la fiesta patronal de nuestro centro de estudios. Y después agregó algo que me aterrorizó: “¡Y el domingo serás ordenado sacerdote!”. Intenté decir algo. Pero él terminó la conversación con un “¡Listo!”. Y días después fui ordenado sacerdote.
En el transcurso de mi vida he tenido que enfrentar un sinfín de situaciones, a cuál más difícil. Pero Dios siempre ha estado ahí para salvarme. Es como si mi ángel guardián viniera volando para librarme de esas circunstancias adversas. Y no me refiero a situaciones físicas, materiales, sino a la vida espiritual. Eran tentaciones muy grandes, de ser apresado, de ser perseguido. Todas esas pruebas venían sobre mí como una densa nube negra, pero Dios siempre me sacó de esas tinieblas. Y, cuando tuve que estar en prisión, también fue Dios quien me sacó de ahí».
(Traducido de: Părintele Gheorghe Calciu, Cuvinte vii, ediție îngrijită la Mănăstirea Diaconești, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 149-150)