Tipología de las personas pseudo-espirituales: el tipo primitivo y crédulo
Le da una importancia principal a cosas insignificantes, como las normas de comida, sueño y vestimenta, y el respeto ad litteram de ciertas disposiciones de la Iglesia. Obsesionado con el formalismo, su fe carece de la luz del discernimiento.
El tipo primitivo, el crédulo, es el individuo sano mental y físicamente, pero que —por su limitación intelectual— es casi siempre un ignorante; a menudo se contenta con “explicaciones” retorcidas, razón por la cual podría llegar a ser un fiel discípulo de algún “profeta” de nuestros tiempos. Con todo, es posible corregirle fácilmente, educándolo con la catequesis.
En sus “prédicas”, le da una importancia principal a cosas insignificantes, como las normas de comida, sueño y vestimenta, y el respeto ad litteram de ciertas disposiciones de la Iglesia. Obsesionado con el formalismo, su fe carece de la luz del discernimiento, llevándolo a consumir ávidamente libros y textos apócrifos (como “La Carta del Domingo”, “El Talismán del Señor”, “El Sueño de la Madre del Señor”, el dudoso evangelio atribuido a Tomás, etc.).
De ahí el terror casi paralizante que le induce a ejecutar, sin ningún análisis lúcido, toda clase de “recetas” que circulan entre quienes comparten ese mismo estado. El creyente “primitivo” es esclavo de las formas que, sin Espíritu, son muerte, y carecen de sentido. Entonces, la práctica automática, exterior, rigurosa y sin restricciones de esas “recetas”, se convierte en una suerte de magia, porque la atención del hombre se ve desviada, del encuentro vivo y consciente con Dios, con Jesucristo, a unas simples prácticas, que por sí mismas pueden asumir la apariencia de una vida religiosa. De esta forma, el individuo se va desfigurando gradualmente, convirtiendo su devenir religioso en una mera repetición formal de ciertas disposiciones (más o menos eclesiásticas), sin iluminar su mente al tratar de entenderlas, Aún más, cree que todo lo que hace está de acuerdo con Dios, al ejecutar diligente y puntualmente las fórmulas de aquella “receta”; esto le lleva a asumir, ulteriormente, ciertas libertades morales, amparado en la idea de que esa armonización con Dios es simple y segura. El tipo primitivo, frecuente entre los fanáticos y los indoctos, los sectarios extremistas y los vétero-calendaristas, es incapaz de afectar, sin embargo, a quienes tienen cierta cultura y preparación religiosa, por mínima que sea, y algo de sentido común. El problema es que termine arrastrando a muchos que aún conserven una mentalidad arcaica, y puede darle mucho trabajo a los servidores de la Iglesia, porque desvía totalmente el espíritu amplio, comprensivo y amoroso de la Ortodoxia.
“Si el tipo patológico debe ser internado y sanado, el tipo primitivo debe ser formado con los medios que la Iglesia tiene a su alcance”. A menudo, los fieles con conocimientos religiosos reducidos —especialmente las ancianas más vehementes, que buscan santos por todas partes—, incapaces de discernir los espíritus, ayudan a tal clase de “predicadores” a convertirse en “vedettes espirituales”, sobre todo si el individuo en cuestión es un monje. Sus “prescripciones” son mejor aceptadas que las de los párrocos (aunque se trate de sacerdotes que viven auténticamente la Ortodoxia), y su nombre se convierte en unidad de medida de la devoción.
(Traducido de: Ieromonah Adrian Făgețeanu, Ieromonah Mihail Stanciu, De ce caută omul contemporan semne, minuni și vindecări paranormale?, Editura Sophia, București, 2004)