Todo lo que pueden lograr unas palabras dichas con el corazón…
Una palabra buena le da alas al alma, le insufla coraje al creyente, le da esperanza al que sufre, tranquiliza al que no tiene paz, le devuelve la esperanza al enfermo, reconcilia al que siente enemistad, da fe al corazón del desesperado.
Una palabra buena no esa que tiene como propósito deslumbrar con alguna novedad o revelar cosas sensacionales, sino que lo que busca es alegrar el corazón, alimentar el alma y llevar algo de luz a una casa llena de tristeza.
Se cuenta que, cuando era pequeño, el arzobispo Serafín (Sobolev) solía regalar, a una anciana pobre que se encontraba todos los días en la calle, la moneda que sus padres le daban para que se comprara algo de comer. Un día, cuando vio a la anciana e instintivamente se llevó la mano al bolsillo, notó que había olvidado tomar la moneda al salir de casa. Una mezcla de congoja y vergüenza se apoderaron de su corazón. Se acercó a la mujer y le dijo: “¡Perdóneme, madrecita, pero hoy no tengo nada que darle...! Mire, mis bosillos están vacíos…”, y le enseñó que, efectivamente, no llevaba nada consigo. La anciana se apiadó de él y empezó a llorar, mientras decía: “¡Te lo agradezco tanto, niñito! ¡Hoy me diste más que nunca, con esas palabras tan bondadosas!”.
Una palabra dicha con bondad consuela, anima, previene el mal y exhorta al bien. Una palabra buena le da alas al alma, le insufla coraje al creyente, le da esperanza al que sufre, tranquiliza al que no tiene paz, le devuelve la esperanza al enfermo, reconcilia al que siente enemistad, da fe al corazón del desesperado.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, traducere din limba bulgară de Gheorghiță Ciocioi, Editura Sophia, București, 2011, p. 60)