A lo largo de tres años estuvimos haciendo los trámites necesarios para ir a los Estados Unidos. Finalmente, en 1961, recibimos el permiso para emigrar. Yo estaba embarazada y me preocupaba mucho la forma en que lograríamos llegar a aquel país. Había vivido en Francia durante treinta y tres años, pero realmente no tenía muchos amigos... y en los Estados Unidos no conocía a nadie. Había llegado el momento de alejarme de mi madre, mi hermano, mi hermana y mis pocos amigos. Después de hablar con el padre Mitrofan, mi confesor, obedecí su consejo y fui a buscar al padre Juan (Maximovich). Recuerdo que me hice acompañar por mi esposo y mi hija, y que al llegar el padre Mitrofan nos condujo a la habitación del Vladika (obispo) Juan. Tenía varios íconos, iluminados por sus respectivas lamparillas. Su escritorio estaba lleno de cartas, muchas de ellas acompañadas de alguna suma de dinero, esperando a ser enviadas. El Vladika ayudaba a todos como podía, pero especialmente con sus oraciones.

Todo en la recámara era simple, santificado, apacible. El padre Juan nos bendijo, y cuando nuestra hija le tendió los brazos para que la levantara, él sonrió: “¡Ah, esta es Olguita, la enfermita! ¡Pero, todo estará bien!”. Le conté al padre todos mis planes y preocupaciones, mientras él escuchaba con los ojos cerrados... no sabía si estaba analizando mis palabras o si simplemente oraba. “Sigue, cuéntame más”. Finalmente, dijo: “No te preocupes, puedes irte a vivir donde quieras. Solamente aférrate a nuestra Iglesia, que todo lo demás estará bien. Si no, tendrás que enfrentar las aflicciones”. El Vladika nos bendijo para que partiéramos con bien. Y así fue. Llegamos a los Estados Unidos y todo salió bien, tal como él nos lo dijo.

(Traducido de: Omul lui Dumnezeu, Sfântul Ioan de Shanghai & San Francisco, Editura NIKODEMOS ORTHODOX SOCIETY, New York)