Todos los corazones del Cielo y de la tierra tienen su principio en la Virgen y en el Espíritu
Todo lo que la pureza del Padre es en el Cielo, la virginidad de la Madre lo es en la tierra.
Todo lo que la pureza del Padre es en el Cielo, la virginidad de la Madre lo es en la tierra. Lo que representa la acción del Espíritu Santo en el Cielo, es también Su labor en este mundo. Tal como es el nacimiento de la sabiduría en el Cielo, lo es también su alumbramiento en la tierra.
¡Oh, alma mía, mi eterna admiración! Lo que una vez sucedió en el Cielo, también tiene que ocurrir en la tierra, con nosotros. Debemos hacernos como una virgen, para poder recibir la Sabiduría de Dios. Debemos ser como una virgen, para que el Espíritu de Dios se pueda prendar de nosotros. Todos los corazones del Cielo y de la tierra tienen su principio en la Virgen y en el Espíritu.
Una virgen da a luz a la sabiduría creadora. Una mujer adúltera crea un conocimiento estéril, árido. Solamente una virgen puede ver la verdad, en tanto que una mujer adúltera solamente puede reconocer las cosas.
Oh, Señor, Tú que eres glorificado en Trinidad, purifica la vista de mi alma y vuelve Tu rostro a ella, para que pueda refulgir con la gloria de su Dios, de manera que la prodigiosa historia del Cielo y la tierra le pueda ser revelada, para que pueda llenarse de resplandor, justo como mi lago cuando el sol del mediodía brilla sobre él.
(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Rugăciuni pe malul lacului, Editura Anestis, 2006, pp. 28-29)