Trabajar con amor y amar a quienes trabajan
Muy grande es la alegría del hombre, cuando se identifica con aquellos a quienes los demás consideran inferiores.
Deberíamos intentar santificar nuestro lugar de trabajo y purificar el amor, incluso el amor “mundano”. Cuando purificamos el amor y lo conservamos impoluto y tal cual es, sin secretos —que serán revelados algún día— y decimos: “Trabajaré como sirviente”, pero lo hacemos con el celo y la dedicación de un profesor universitario (porque cualquier trabajo es santo, desde el del barrendero, hasta el más alto grado militar), es que estamos en el buen camino.
Me acuerdo de la alegría que sentí cuando tres barrenderos llamaron a mi puerta un 31 de diciembre, el día del Año Nuevo. Los vi como si fueran los tres Reyes Magos, los saludé y los convidé a degustar los primeros bizcochos que acababa de sacar del horno. Cuando se fueron, pensé:
—Señor, Tus hijos se acaban de ir.
¿Entienden? Muy grande es la alegría del hombre, cuando se identifica con aquellos a quienes los demás consideran inferiores. Yo misma he trabajado en los empleos más humildes. Y la alegría que he sentido haciendo eso, es algo que no tiene comparación.
(Traducido de: Maica Gavrilia, Asceta iubirii, Editura Episcopiei Giurgiului, Giurgiu, 2014, pp. 450-451)