A través del sufrimiento nos asemejamos a Cristo
Cuando la contradicción entre el espíritu cristiano y el espíritu de este mundo llega a su apogeo, entonces la vida del que sigue a Cristo se asemeja a una crucifixión, aunque la cruz parezca invisible.
El primer precepto de las Bienaventuranzas,
“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”
en modo orgánico nos conduce a los siguientes pasos: de las lágrimas, hacia la mansedumbre, la sed y hambre de justicia, la misericordia, la pureza de corazón y la primera percepción de nuestra filiación divina; luego, hacia aquello que nos pone en un doloroso conflicto con el mundo de los vicios. Todo esto, hasta llegar a la ruptura con aquello que nos aleja del Reino de los Cielos (...)
Cuando la contradicción entre el espíritu cristiano y el espíritu de este mundo llega a su apogeo, entonces la vida del que sigue a Cristo se asemeja a una crucifixión, aunque la cruz parezca invisible. Esta era que vivimos es especialmente terrible, pero redentora al mismo tiempo: a través de nuestros sufrimientos espirituales —no pocas veces ligados a circunstancias exteriores— podemos vencer los vicios, derrotando también el poder del mundo sobre nosotros e incluso la muerte misma. Esto es asemejarse a Cristo Crucificado.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Despre rugăciune, Editura Publistar, București, 2002, p. 12)