Un asceta desconocido († 1855)
Mientras el sacerdote comulgaba, el asceta pasó pasó a besar y hacer una inclinación frente a cada uno de los íconos de la iglesia, derramando abundantes lágrimas de gratitud para con nuestro Piadoso Dios.
Este siervo de Dios vivía en una cueva próxima a la de San Pedro el Athonita. Cuánto vivió ahí y cómo se llamaba, es algo que no se sabe. Vivía en una pobreza total: no poseía absolutamente nada. No tenía ni zapatos, ni una gorra para cubrirse la cabeza, y todo el tiempo usaba la misma ropa, hecha jirones aquí y allá.
En cierta ocasión, dos monjes de la skete rumana (Prodromos) salieron a caminar y, extraviándose, llegaron al lugar donde estaba la cueva de este asceta, como relata el padre Nifón. El venerable anacoreta tenía en sus manos un pequeño Salterio, el cual leía sin interrupciones y, al mismo tiempo, trabajaba en su interior la “oración del corazón”. Cuando los dos monjes lo vieron, se le acercaron y lo saludaron. Después, en el curso de su conversación, el asceta les confesó su temor a no ser juzgado por Dios por el pecado de poseer cosas materiales, ya que, aunque lo único que tenía en este mundo era ese ejemplar del Salterio, el solo hecho de poseer ya algo significaba que aún no se había podido librar de las cosas del mundo. Así, decidió que lo mejor era obsequiarles el Salterio a los dos monjes, a quienes suplicó que no lo rechazaran.
Unos meses después, presintiendo su muerte, el asceta fue a buscar al padre Nifón, quien vivía en otra caverna (cerca de la cueva de San Atanasio) y le pidió que oficiara la Divina Liturgia y que le impartiera la Comunión, diciéndole: “¡Se acerca el fin de mis días, padre!”.
El padre Nifón aceptó la súplica del asceta y partieron juntos a la skete Prodromos. Mientras el sacerdote comulgaba, el asceta pasó pasó a besar y hacer una inclinación frente a cada uno de los íconos de la iglesia, derramando abundantes lágrimas de gratitud para con nuestro Piadoso Dios. Al terminar, comulgó él también. Habiendo finalizado la Liturgia, el padre Nifón le pidió al asceta que se quedara a comer en el monasterio, pero este declinó la invitación con afabilidad. Le agradeció al padre por haber oficiado la Divina Liturgia y partió de vuelta a su cueva, no sin antes pedirle al padre Nifón que le recordara en sus santas oraciones.
No tuvo tiempo para llegar vivo su cueva. Su alma partió al Señor cuando el virtuoso asceta todavía se hallaba a medio camino. Tenía entre 40 y 45 años.
(Traducido de: Antonie Ieromonahul, File de Pateric din Împărăția monahilor – Sfântul Munte Athos. Cuvioși Părinți athoniţi ai veacului al XIX-lea, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Christiana şi Sfânta Mănăstire Nera, Bucureşti, 2000, p. 90)