Palabras de espiritualidad

Un bastón junto a las reliquias de San Juan el Ruso

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Sin duda, el santo ve y siente ese dolor, unido a la nobleza de aquella alma y la fe que la inunda.

El peregrino que visita la iglesia que resguarda las reliquias de San Juan el Ruso, encuentra allí un obsequio, un recuerdo dejado por alguien, un objeto simple y hasta —podría decirse— pobre: ¡un sencillo bastón de madera! Justo frente al cofre que contiene las santas reliquias, sujeto a una columna. El bastón pertenece a la anciana María Siaca, originaria de Frenaros (Chipre), quien durante 18 años sufrió de una severa enfermedad en la columna vertebral, al grado que para caminar tenía que encorvarse pronunciadamente.

El 11 de agosto de 1978, casi un centenar de feligreses chipriotas organizan un peregrinaje para ir a venerar las reliquias de San Juan el Ruso. Entre ellos se encuentra también doña María, junto a algunos de sus familiares. Al entrar a la iglesia, dos o tres personas la ayudan y la levantan un poco, para que pueda besar el cofre con las reliquias. Acongojada, la anciana observa los restos del santo y llora, pidiendo un poco de ayuda divina para en su sufriente vejez. Y, sin duda, el santo ve y siente ese dolor, unido a la nobleza de aquella alma y la fe que la inunda.

Ante los atónitos ojos de los demás, algo parecido a unas manos invisibles toman a la anciana de los hombros y, lentamente, empiezan a enderezarle el cuerpo. Se escucha un leve crujido y... ¡he aquí que la mujer queda completamente erguida! Los presentes en la iglesia empiezan a llorar. Las campanas comienzan a repicar con alegría. Los peregrinos chipriotas se arrodillan y, sin poder contener el llanto, elevan una oración de agradecimiento. ¡Solamente los testigos de aquel milagro pueden entender enteramente lo que se vive en semejante momento!

Al final, se oye la voz de la anciana: “Hijito mío, mi buen santo, no tengo nada que darte a cambio, porque soy pobre. ¡Pero... te dejo aquí mi bastón, que ya no lo necesitaré hasta que muera!”.

(Traducido de: Sfântul Ioan Rusul – mărturii contemporane ale Iubirii lui Dumnezeu, traducere de Ieromonah Evloghie Munteanu, Cristina Băcanu, Editată de Mănăstirea Crasna, jud. Prahova, 2004, p. 17)