Palabras de espiritualidad

Un don misterioso, infinito y muy frágil, llamado “amor”

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Dios quiso que el hombre gozara de Su amor, por eso lo creó capaz de recibirlo. Pero cuando el hombre rechazó este amor, eligiendo el egoísmo a través del pecado, Cristo se hizo crucificar y descendió a lo profundo del infierno y del mismo pecado, para alzar al hombre, para llamarlo al amor y enseñarle otra vez cómo, qué y a quién amar.

No existe una definición de lo que es el amor. Precisamente porque el Amor es, en sí, Dios.

Pero a Él no lo podemos comprender con definiciones. Las Tres Personas de la Santísima Trinidad se aman perfectamente entre ellas. Se entregan de forma absoluta y no hacen más que recibir amor perfecto. Es una entrega perfecta del amor y una perfecta recepción del mismo, más allá de las palabras, más allá de entendimiento humano. Pero también la Santísima Trinidad quiso que alguien más se alegrara del continuo brotar de este océano de amor, aunque ese “alguien” fuera una simple criatura hecha de la nada, completamente frágil y finita. Dios quiso que el hombre gozara de Su amor. Así, lo creó capaz de recibirlo. Pero cuando el hombre rechazó este amor, eligiendo el egoísmo a través del pecado, Cristo se hizo crucificar y descendió a lo profundo del infierno y del mismo pecado, para alzar al hombre, para llamarlo al amor y enseñarle otra vez cómo, qué y a quién amar, para alzarlo al estado de ser capaz de permanecer junto a Dios y recibir un don misterioso, infinito y frágil, llamado “amor”.

Dios no mendiga ese amor, no lo reivindica, no llama, no grita, no fuerza. Precisamente por eso creó al humano en dos “versiones”: hombre y mujer, para que aprendan juntos y alcancen el don del amor por parte Suya. Y es que el hombre no está obligado a dar su amor sólo a Aquel que está en lo alto, sino también a otro ser, uno que está a su lado. El hombre no está obligado a sentir felicidad y agradecimiento sólo hacia Dios. Porque, al final, Dios no espera absolutamente nada. Él sólo se entrega, al igual que el sol, sin necesitar ninguna réplica, sin recibir nada a cambio…

(Traducido de: Părintele Paulin de la Putna, Iubire, spovedanie, libertate, Editura Egumenița, p. 118-119)

 

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