Un ejemplo de amor verdadero y devoción a Dios
Con la llegada de la vejez, y viendo que su vida se acercaba a su fin, ambos empezaron a orar a Dios, pidiéndole poder morir juntos, el mismo día, para que ninguno de los dos tuviera que vivir sin el otro.
Los escritos y los sinaxarios rusos conservan hasta hoy una extraordinaria historia de amor, vivida por un príncipe (kniaz) de Múrom, Rusia, llamado Pedro, y una joven de origen muy humilde, llamada Fevronia, ambos convertidos en santos protectores de la familia y ejemplos vivos del amor que supera cualquier adversidad, venciendo a la misma muerte.
San Pedro era el segundo hijo del príncipe Yuri Vladimirovich de Múrom. En el año 1203, después de la muerte de su hermano, Pedro heredó el trono de Múrom. Algunos años antes, el joven príncipe se contagió de lepra y no había quién le ayudara a sanar. Sin embargo, una noche se le reveló —en sueños— que solamente la hija de un humilde apicultor podía sanarle.
En el momento en que vio a Fevronia, el príncipe se enamoró de ella. Conociéndola y viendo su devoción, su virtud y su sabiduría, Pedro le prometió que se casarían después de sanar. La joven ayudó al príncipe a vencer la lepra, pero este no cumplió su promesa. Poco tiempo después, Pedro volvió a caer enfermo y, lleno de vergüenza, acudió nuevamente a Fevronia, pidiéndole perdón por no haber respetado el voto que había hecho. Cuando sanó por completo, el príncipe Pedro se casó con la joven Fevronia. Juntos llevaron una vida de devoción, guardando fielmente los mandamientos de Dios, lo cual los ayudó a vencer, con amor y humildad, cualquier dificultad o problema.
Debido a su modesto origen, los ricos de Múrom no consideraban a Fevronia digna de ser la consorte de Pedro. En un momento dado, acudieron en audiencia ante el monarca y lo instaron a dejar a la muchacha. Al conocer sus intenciones, Pedro decidió que lo mejor era renunciar al trono y a sus riquezas, y buscar el exilio en compañía de su esposa.
Poco tiempo después de la partida de Pedro y Fevronia, un gran número de desgracias empezaron a ocurrir en Múrom, y la gente empezó a señalar que todo se debía al hecho de que los poderosos del lugar habían obligado al príncipe a exiliarse. Así, siendo llamados de vuelta, Pedro y Fevronia retornaron a Múrom y se dedicaron a servir amorosamente a su pueblo, a quienes trataban como si fueran sus propios hijos: acogían a los peregrinos, alimentaban a los hambrientos, daban ropa a los pobres y ayudaban a todos los necesitados.
Con la llegada de la vejez, y viendo que su vida se acercaba a su fin, ambos empezaron a orar a Dios, pidiéndole poder morir juntos, el mismo día, para que ninguno de los dos tuviera que vivir sin el otro. Además, pidieron a sus súbdbitos que los enterraran en el mismo sepulcro y en un mismo féretro. Asimismo, ambos tomaron la decisión de abrazar la vida monacal esos últimos años de vida, de tal forma que el príncipe Pedro pasó a ser el monje David, y la princesa Fevronia, la hermana Eufrosina.
Unos instantes antes de morir, Pedro pidió que un mensajero le anunciara lo siguiente a Fevronia: “Hermana Eufrosina, estoy preparado para morir y solamente te espero a ti, para que muramos juntos”. Y eso fue justamente lo que ocurrió: ambos murieron mientras oraban, el mismo día y a la misma hora, el 25 de junio de 1228.
El día de su entierro, nadie se ponía de acuerdo sobre la forma en que debían proceder, porque no parecía correcto dar sepultura a un monje en el mismo ataúd que una monja. Así, decidieron que lo mejor era enterrar a Pedro en la Catedral de la Natividad de la Madre del Señor, en el centro de la ciudad de Múrom, y a Fevronia en la Iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz, en las afueras de la ciudad.
Al día siguiente, las personas que venían a presentar sus honras fúnebres enontraron los dos ataúdes vacíos, y los cuerpos colocados uno junto a otro, en el féretro de piedra que ellos mismos habían mandado a hacer algunos años atrás. Aún sin poderse explicar lo sucedido, los sacerdotes ordenaron que los cuerpos fueron puestos nuevamente en sus respectivos ataúdes. Pero, a la mañana siguiente, los volvieron a encontrar juntos, en el féretro de piedra. Entonces, ya nadie se atrevió a querer separarlos y ambos fueron sepultados en el mausoleo de la Catedral del Nacimiento de la Natividad de la Madre del Señor, en Múrom.
En el año 1547, gracias a la insistencia de San Macario de Moscú, Pedro y Fevronia fueron canonizados, y el 26 de marzo de 2008, el Concilio de la Federación Rusa aprobó por unanimidad la propuesta del Comité de Política Social, de establecer que ambos santos fueran nombrados los protectores de la familia ortodoxa.
Tomando en cuenta que la fiesta de los Santos Pedro y Fevronia suele caer en el período de ayuno de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa decidió, en 2012, fijar una segunda fecha para conmemorarlos: el domingo previo al 19 de septiembre, para recordar el día en que sus reliquias fueron trasladadas de lugar, en septiembre de 1992.
Hasta el día de hoy, el ícono de los dos santos es conocido y venerado en todo el espacio ortodoxo ruso, y se sabe que son muchos los casos de intercesión recibida, por aquellos que han invocado el auxilio de los santos, pidiéndoles sanación de alguna enfermedad, la resolución de algún conflicto familiar, poder tener hijos, o reconciliarse con alguna persona.