Palabras de espiritualidad

Un ejemplo de vida monacal

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

Si uno no quería perdonar a su hermano, era apartado del monasterio. Incluso el aspecto y el modo de actuar de cada monje eran muy modestos. Cuando dos monjes se encontraban de frente, pasando por el mismo sitio, cada uno hacía una postración frente al otro.,

Así describía la vida espiritual de la comunidad del Monasterio Neamţ un monje viajero, llamado Teófano: 

“Su pobreza voluntaria era completa. En cada celda no había más que íconos. algunos libros y herramientas para el trabajo manual. Nada más. Los monjes se distinguían por su humildad; el menor atisbo de orgullo quedaba excluido en aquel lugar. El odio y la envidia eran desconocidos. Si alguno se enfadaba con otro, se reconciliaban en el acto. Si uno no quería perdonar a su hermano, era apartado del monasterio. Incluso el aspecto y el modo de actuar de cada monje eran muy modestos. Cuando dos monjes se encontraban de frente, pasando por el mismo sitio, cada uno hacía una postración frente al otro. En la iglesia, cada quien respetaba el lugar que se le había asignado. Nadie hablaba de más, tanto en la iglesia como en las celdas, al igual que en el exterior”.

El mismo Teófano escribió lo siguiente sobre los trabajos de obediencia de los monjes del Monasterio Neamţ:

“En la comunidad monástica del padre Paisos vivían unos 800 monjes, y cuando se reunían cien o ciento cincuenta para trabajar, uno de ellos leía en voz alta algún texto religioso o pronunciaba una prédica para levantar el espíritu de todos. Si alguno empezaba a hablar de cosas inútiles, inmediatamente se le instaba a callar”.

Y sobre la forma de vida de los monjes en sus celdas, el mismo Teófano consignaba:

“En sus celdas, algunos monjes escribían libros, otros tejían, otros hilaban lana, otros cosían vestimentas monásticas, otros confeccionaban cuerdas de oración, cruces y cucharas de madera, y los demás se ocupaban con cualquier otro trabajo manual. Todo lo hacían bajo la supervisión de sus padres espirituales, a quienes acudían para confesar sus pecados y sus pensamientos dos veces al dia, en la mañana y en la noche. Nadie se atrevía a hacer nada sin la bendición de su confesor, ni tan siquiera comerse una simple fruta.

El día de la fiesta patronal del monasterio, la Ascensión del Señor, venían cientos de personas de Moldova, Valaquia e incluso de otros países. En esos tres o cuatro días, el venerable Paisos no tenía descanso. Desde temprano en la mañana y hasta bien entrada la noche, las puertas de su celda permanecían abiertas para todos, ricos y pobres. Y se esmeraba en honrar a todos, ofreciéndoles su amor paterno, como si fuera un segundo Abraham, y agradeciéndoles por su paciencia y el sacrificio hecho al venir hasta ese lugar. Después, implorando la misericordia del Señor y de Su Santísima Madre, los bendecía y los enviaba a la casa de huéspedes del monasterio”.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 306)