Palabras de espiritualidad

Un libro de oraciones para una mujer que quería quitarse la vida

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El anciano empezó a recordarle sus pecados. Todos y cada uno de los malos actos que ella había cometido en su vida fueron mencionados por aquel desconocido. Incluso le recordó unos que ella misma ya había olvidado, cosas que sólo ella sabía.

Ecaterina, feligresa de nuestra parroquia, nos relató algo que le ocurrió en 1991. Ella es originaria de Solnechnogórsk (Moscú). Un día de invierno de aquel año, salió a caminar a orillas del lago Senezh. Cansada, se sentó en una banca, y se dispuso a admirar el lago. En el otro extremo de la banda estaba sentada una mujer ya mayor, así que al poco tiempo empezaron a conversar sobre distintas cosas de la vida. La anciana le contó que su hijo no la quería y que su nuera la insultaba constantemente y no la dejaba en paz.

Ecaterina es una devota ortodoxa y, naturalmente, la conversación con aquella mujer desconocida giró al tema del auxilo divino, la fe, la Ortodoxia y la vida de acuerdo a la Ley de Dios. Ecaterina le recomendó a la anciana que buscara a Dios, invocando su apoyo y auxilio. Esta le respondió que nunca había ido a la iglesia y que no se sabía ninguna oración. Entonces, Ecaterina se acordó de que antes de salir de casa había puesto su librito de oraciones en la bolsa de mano que siempre llevaba consigo. Ni ella misma sabía por qué lo había hecho. Así, sacó el libro y se lo entregó a la anciana. Sorprendida, esta le preguntó: “Pero... querida hija, ¿no vas a desaparecer en este momento?”. “¿Por qué?”, le preguntó Ecaterina. “¿No eres un ángel de Dios?”, replicó la primera.

Viendo el desconcierto de Ecaterina, la anciana le contó algo que le había sucedido unos días antes. La situación en su hogar era confusa, insoportable. Se sentía inútil. Así, llegó a la conclusión de que lo mejor era quitarse la vida. Salió de su casa y se dirigió al lago. Antes de arrojarse al agua helada por alguno de los grandes agujeros que había en el hielo, se sentó en esa misma banca. En eso, vio que un hombre de rostro muy piadoso y cabellos blanquísimos se acercaba a donde estaba ella, para después sentarse a su lado. Luego de unos segundos, el anciano le preguntó: “Bien... ¿qué pensabas hacer? ¿Ahogarte? ¡No sabes qué terrible es allí abajo, a donde quieres ir a dar! ¡Es mil veces más horrendo que tu vida actual!. Después se quedó en silencio por un instante, con la mirada fija en el lago. Volviéndose a ella, le preguntó otra vez: “¿Tienes pecados?”. Ella respondió: “¿Pecados, yo? ¡Yo no tengo ningún pecado!”.

Entonces, el anciano empezó a recordarle sus pecados. Todos y cada uno de los malos actos que ella había cometido en su vida fueron mencionados por aquel desconocido. Incluso le recordó unos que ella misma ya había olvidado, cosas que sólo ella sabía. Estaba entre aterrada y atónita. Finalmente, se atrevió a preguntarle: “¿Cómo podría ponerme a orar, si no sé ninguna oracion?”. El hombre de cabello blanco le dijo: “Ven a este mismo lugar la próxima semana y recibirás las oraciones que te han de servir. ¡Ahora vete a la iglesia y al menos trata de empezar a orar!”. Ella le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. Él dijo: “La mayoría de la gente me llama Nicolás”. En ese momento, por un motivo cualquiera, la mujer apartó un poco su mirada de él, y cuando quiso volver a hablarle, vio que ya no había nadie a su lado.