Palabras de espiritualidad

Un llamado al valor en tiempos difíciles

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El temor de Dios hace valiente hasta al más cobarde de todos. Mientras más se une el hombre a Dios, más se disipa cualquier miedo en su corazón.

Si tiene un buen estado interior, el alma será capaz de contener la maldad, y el mundo la ayudará, trayendo paz al monasterio. A las miróforas no les importó nada más, porque tenían un buen estado espiritual y se habían confiado totalmente a Cristo. Si no hubieran tenido un buen estado espiritual, ¿a quién se habrían confiado para hacer lo que hicieron?

En la vida espiritual, hasta el más pusilánime de todos puede obtener la fuerza del coraje, si se abandona a Cristo y al auxilio divino. Y bien puede enlistarse en la primera línea de combate, porque saldrá victorioso. Por su parte, los pobres que quieren obrar el mal, aunque tengan cierto arrojo, siguen temiendo, porque perciben su culpabilidad y se fían únicamente de su crueldad. El hombre de Dios, al contrario, tiene fuerzas divinas y la justicia está de su parte. Veamos, por ejemplo, cómo el lobo huye ante el ladrido de un simple perro ovejero, porque se sabe culpable. Dios fue quien dispuso que el lobo le temiera a un simple perrito, porque este tiene ciertos derechos y privilegios en la casa de su amo. En consecuencia, aún más grande es el temor del hombre que busca hacerle el mal a otro que tiene a Cristo en su corazón.

Por eso, temámosle únicamente a Dios, y no a los hombres, por malos que parezcan. El temor de Dios hace valiente hasta al más cobarde de todos. Mientras más se une el hombre a Dios, más se disipa cualquier miedo en su corazón.

Dios nos ayuda en las tribulaciones. Pero, para que Dios nos conceda esa fuerza divina, es necesario que nosotros demos por completo lo poco que podemos ofrecer.

(Traducido de: Cuviosul Paisie AghioritulCuvinte duhovnicești, volumul 2, Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a doua, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 246-247)