Palabras de espiritualidad

Un medicamento milagroso contra el estrés

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

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Si reaccionamos al contrario de lo que nos aconseja el Apóstol, frente a las aflicciones de la vida, sin humildad y sin oración, nosotros mismos estaremos creando el terreno propicio para que aparezca el estrés. Desde luego, humildad no significa pasividad o capitulación. Al contrario, presupone una actividad interior: arrepentimiento, comprender la situación, apreciar los valores y volvernos a Dios, pidiéndole su ayuda. Sin esto, será muy difícil resistir el estrés y muy fácil perder el equilibrio espiritual.

De la vida del Apóstol Pablo se conoce los problemas que éste tuvo que enfrentar. “Cada día muero”, dice él mismo (I Corintios 15, 31). Golpes, naufragios, asaltos, insultos, envidia, frío, hambre, sed... todo esto puede enumerarse entre sus aflicciones (II Corintios 11, 23-32). Y, sin embargo, Dios no dejaba de consolarlo, como a un elegido Suyo, a medida que sus sufrimientos crecían (II Corintios 1, 4-5). Y es que en el Apóstol Pablo se hicieron realidad las palabras del Salmista: “Cuando las preocupaciones me asediaban, tus consuelos me alegraban el alma” (Salmo 93, 19).

Vivan en paz entre ustedes... sean pacientes... no paguen mal con mal, sino busquen siempre hacer bien los unos a los otros... Alégrense siempre. Oren sin cesar. Agradezcan por todo... guárdense de todo mal” (I Tesalonicenses 5, 13-22). Este consejo redentor es un medicamento maravilloso contra el estrés.

Si reaccionamos al contrario de lo que nos aconseja el Apóstol, frente a las aflicciones de la vida, sin humildad y sin oración, nosotros mismos estaremos creando el terreno propicio para que aparezca el estrés. Desde luego, humildad no significa pasividad o capitulación. Al contrario, presupone una actividad interior: arrepentimiento, comprender la situación, apreciar los valores y volvernos a Dios, pidiéndole su ayuda. Sin esto, será muy difícil resistir el estrés y muy fácil perder el equilibrio espiritual.

(Traducido de: K. V. Zorin, Păcatele părinţilor şi bolile copiilor, traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2007, p. 98)



 

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