Un milagro en vísperas de la Fiesta de la Natividad de la Virgen
Cada vez que le servían habichuelas, el padre se llenaba de júbilo, diciendo: “¿Qué tenemos para comer? ¡Habichuelas! ¡Qué maravilla!”, recordando ese milagro que le salvó de la muerte.
También de sus años en prisión (durante el régimen comunista rumano, N. del T.), el padre Marcos (Dumitrescu) nos relató el siguiente suceso:
«Fue entre 1948 y 1950. Todos estábamos muy debilitados, por los largos períodos de privación de alimentos a los que nos veíamos sometidos. A menudo nos llevaban a trabajar en algunas granjas. Tú trabajabas, y “ellos” se quedaban con el pago. Y, como ahí tampoco había comida, nos servían únicamente el caldo que queda del primer hervor de las habichuelas (frijoles), un brebaje que no tiene ninguna propiedad nutricional y que suele estar lleno de toxinas, en tanto que a las unidades militares les daban un menú consistente en conservas agrias y polenta rancia. Eso era todo lo que tenían para darnos de comer. Un día, en las vísperas de la Fiesta de la Natividad de la Virgen María (8 de septiembre), después de mucho tiempo sufriendo semejante régimen, me sentía tan endeble, que ni siquiera me podía poner de pie, y con dificultad lograba incorporarme un poco en mi lecho. No estaba enfermo, no tenía ningún padecimiento grave; simplemente estaba muy desnutrido, casi a un paso de la muerte. Acostado y sintiéndome desfallecer, pensé: “No pasa nada, estoy preparado para morir”. Y me volví hacia la pared, llorando. En ese momento, un muy buen amigo mío, desde el otro lecho, dijo: “¡A semejanza de la del águila, la juventud de Constantino se restaurará!”.
Esas palabras fueron como una profecía, viendo lo que habría de suceder a continuación. Al día siguiente, por la mañana, en la fiesta de la Theotokos, un milagro tuvo lugar: nos dieron de comer habichuelas, en una cantidad suficiente y sustanciosa, Lo mismo sucedió con la cena. Y varios días más. ¿Qué estaba pasando? Que la dirección del sistema penitenciario había enviado un vagón lleno de habichuelas para alimentar a los detenidos, con la orden expresa de que esa comida tenía que ser consumida lo antes posible. Por eso fue que empezaron a servirnos habichuelas en abundancia, dos veces al día, hasta que se terminó el vagón. Esto fue un milagro de la Madre del Señor, porque encontró un cristiano misericordioso, quien compró un vagón entero de habichuelas, después habló en secreto con alguien de nuestro reclusorio y pidió que nos alimentaran bien. ¡Esa persona nos salvó la vida!».
Años después, un discípulo del padre Marcos decía que, cada vez que le servían habichuelas, el padre se llenaba de júbilo, diciendo: “¿Qué tenemos para comer? ¡Habichuelas! ¡Qué maravilla!”, recordando ese milagro que le salvó de la muerte.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 765-766)