Palabras de espiritualidad

Un rayo de luz divino

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Lo mismo ocurre con el alma del hombre atrapada por el pecado y el desenfreno, cuando la luz del amor divino consigue colarse en su interior.

En un rincón húmedo y oscuro de un calabozo, una hiedra empezó a brotar. Ni una sola gota de lluvia la había regado alguna vez; sus hojas, frágiles y medio secas, se alimentaban únicamente de la savia mohosa de aquel subterráneo. Pero, con la llegada del verano, un rayo de sol logró infiltrarse en aquel sombrío lugar de detención. Cada día, durante una hora, el rayo de sol calentaba a la pobre y endeble plantita. Pero, he aquí que la vida comenzó a despertarse en su interior: sus raíces se hicieron cada vez más fuertes, las hojas empezaron a alzarse hacia la luz, los amarillentos vástagos se llenaron de una fresca savia y comenzaron a aparecer más brotes. La débil planta empezó a treparse por las paredes; llegó hasta la ventana, pasó entre las rejas de hierro y alcanzó la libertad del exterior, para poder gozar todo el día de los beneficios del sol. Con el tiempo, la triunfante planta siguió creciendo, hasta cubrir completamente los muros exteriores de la prisión, cual tupido tapiz, dándole color y frescura al tétrico edificio.

Lo mismo ocurre con el alma del hombre atrapada por el pecado y el desenfreno, cuando la luz del amor divino consigue colarse en su interior. Entrando en ese corazón petrificado, le provoca un estremecimiento de regocijo. Así, el alma se llena de vida: crece, absorbe la beneficiosa luz divina y, en pocas palabras, se despierta a una nueva vida. Y, tal como aquella hiedra renacida, se reviste de un follaje fresco, de toda la belleza posible, y finalmente da frutos fieles, para gloria de Dios.

(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 282)