Un relato sobre el perdón y la virtud que trasciende la muerte
“Padre Juan, en vida fuiste manso y paciente...”. Y, tomando en sus propias manos los restos del hermano, los colocó nuevamente sobre los del anciano.
«Una vez, con el consentimiento de Dios, una peste azotó la región del desierto en donde vivíamos, quitándole la vida a un monje muy venerable y apreciado por todos. Al día siguiente de darle sepultura, murió también uno de los hermanos menos virtuosos de todos, siendo sepultado encima del otro monje. Un día después, murió también otro eremita. Así, cuando se disponían a enterrar a este último, encontraron que la parihuela con el cuerpo del segundo muerto parecía haber sido apartada de su lugar por el anciano virtuoso. Creyendo que se trataba de un simple accidente natural y no un milagro, volvieron a colocar la parihuela del hermano sobre la del venerable padre. Pero, al volver un día después, los ascetas encontraron que el anciano había vuelto a “apartar” al monje.
Al enterarse de esto, nuestro stárets acudió al lugar y, entrando en el sepulcro, le dijo al anciano padre, llamándolo por su nombre: “Padre Juan, en vida fuiste manso y paciente...”. Y, tomando en sus propias manos los restos del hermano, los colocó nuevamente sobre los del anciano, diciendo: “Abbá Juan, recibe a este hermano, aunque fue un pecador, tal como Dios porta los pecados del mundo”. Y desde ese día los restos del monje no volvieron a aparecer movidos de su lugar».
(Traducido de: Sfântul Anastasie Sinaitul, Povestiri duhovniceşti, traducere din limba greacă veche de Laura Enache, Editura Doxologia, 2016, pp. 59-60)