Un simple gesto de fe puede tener consecuencias excepcionales
La santidad es una energía, en tanto que el estado de pecador es una degradación. La santidad rehace el organismo, el pecado destruye.
Jesús fue llamado por el dolor de un padre, para que volviera a la vida a una niña de 12 años. Jesús amaba a los niños, por eso acudió al llamado de aquel padre con el dolor del amor. Sin embargo, una mujer enferma lo detuvo, o, mejor dicho, lo “asaltó” en el camino. Detengámonos un poco en este incidente, único en la vida de Jesús. ¿De dónde sabía esa mujer que, tocando la túnica del Señor furtivamente, iba a sanar de su dolencia? Lo sabía por la fe que tenía, y no estaba equivocada. Aunque el poder sanador era de naturaleza espiritual, con todo, la enferma lo “robó” con algo material, al tocar la orilla de la túnica del Señor. El siervo del centurión es un caso de sanación a distancia, por medio de la fe. Aquí, Jesús “no sintió el poder que salió de Él”. Esto significa que la enfermedad cesó, una vez el organismo se recuperó en su plenitud espiritual. La santidad es una energía, en tanto que el estado de pecador es una degradación. La santidad rehace el organismo, el pecado destruye. Esa destrucción se detiene una vez el organismo presta, o incluso roba, por medio de la fe, esa energía. Jesús, sin embargo, quiso evidenciar la fe de la mujer y seguramente vio con amor ese “robo” tan original.
Siendo hombres terrenales, decidir dar terstimonio de Dios a cualquier precio y sin importar sus consecuencias es la felicidad más grande que te puede llevar a abrir los ojos de la fe: esto implica que Jesús, el Hijo de Dios se te revele. Él, Quien está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Ver a Jesús es una felicidad que no tiene igual en este mundo, y esto es algo que sucede raras veces y de generación en generación, para que la certeza de la existencia de Dios no se extinga entre los hombres.
La fe en Dios y la confesión de esa fe consiste en la salida del alma, de la oscuridad hacia la luz divina, la salida a la luz de la eternidad.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, pp. 75-76)