Una bella definición de lo que es la oración
La oración tiene tanta fuerza, que puede cambiar la inmutable voluntad de Dios.
No me gustan las definiciones, pero sobre la oración debo decir que es, sin duda, algo que parte de Dios, para luego volver a Él. El espíritu de la oración es un don que el Espíritu Santo otorga a cada uno de nosotros, en mayor o menor medida. Somos nosotros quienes lo hacemos más o menos activo. Al mismo tiempo, la oración rompe la barrera que pudiera existir entre nosotros y Dios.
El milagro más grande es conocer a Dios. Si lo llamamos con todas las fuerzas, Él se nos revela, se nos da a conocer. Busquemos en lo profundo de nuestro corazón, que allí encontraremos a Dios. Llamémoslo con todo el corazón, y Él nos responderá obrando milagros en nuestra alma, y nuestro espíritu se purificará, nuestro ojo se abrirá y podremos ver la verdad divina, que es la única salvadora.
La oración tiene tanta fuerza, que puede cambiar la inmutable voluntad de Dios. La oración trae salud al cuerpo y alma de quien ora, ablanda los corazones endurecidos en las familias divididas y hace volver del pecado al pecador.
Estuve preso con muchas personas, con jerarcas, sacerdotes y monjes, y entendí que la oración es perseverancia, mucha perseverancia.
Cuando empiezas a orar, el demonio te ataca y, luego de algunas pocas palabras, después de las primeras oraciones breves que haces, te llena la mente con toda clase de pensamientos banales, terrenales. Hasta la misma curiosidad de saber qué hora es empieza a inquietarte, o la incertidumbre de saber si afuera hay sol o viene la lluvia. Todo esto acciona como simples e inocentes cosas, pero realmente termina demoliendo la voz de la oración en nuestro corazón.
El padre Porfirio dice que esos pensamientos, que aparecen cuando empezamos a rezar, son como aviones. Primero los oyes venir muy lejos, casi imperceptiblemente. Luego el ruido empieza a crecer y a crecer, hasta que llega a estar justo sobre tu cabeza, abrumándote... y después se aleja. Y si empiezas a conversar con esos pensamientos, terminarán haciendo un “aeropuerto” en tu corazón.
Algunas personas me preguntan cómo luchar contra los pensamientos que aparecen al orar. Lo primero es ignorarlos. Es decir, dejarlos que pasen de largo sobre tu cabeza. Lo segundo es pedir la ayuda de Dios y de tu ángel guardián. Y lo tercero es mantener cerrado tu corazón a tales pensamientos. Porque el demonio es más fuerte que nosotros y le gusta perturbarnos cuando oramos. Esta es la explicación al hecho de por qué somos tan atacados cuando oramos. Se trata de una legión de demonios que nos asaltan con toda clase de pensamientos inmundos.
Si tu corazón está en verdad lleno del Espíritu Santo, si tu oración fusiona tu alma y tu corazón, entonces no debes repetir tantas oraciones, simo simplemente decir: “¡Señor, no me dejes!” o “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”, que es la oración más poderosa. El Nombre de Jesús es dulce al pronunciarlo, aparta a los demonios y atrae a los ángeles, en tanto que llena la mente y el corazón de mansedumbre para con los demás. Pero, si no has llegado a ese nivel, lo mejor es que sigas la regla de tu libro de oraciones, porque al llamar el Nombre de Dios en esas oraciones, estás llamando a Cristo, a la Madre del Señor, al Espíritu Santo, a la Santísima Trinidad, a Dios Padre, a los santos y a los mártires, y tu corazón entrará en vibración interior con todos esos santos.
Algunas veces entro a la iglesia cuando ya no queda nadie. Todo es silencio. Entro y, una vez atravieso el umbral, siento como si todos los santos (en los íconos) me observaran. Y dejo de sentirme solo. Me siento rodeado de ciertas fuerzas espirituales. Y no pocas veces escucho pasos... No veo a nadie, pero se escuchan unos pasos suaves. Se oye un movimiento. Seguramente, alguien dirá: “Padre, es una iglesia muy antigua, seguramene cruje”. Puede que así sea, pero también puede que Dios me esté anunciando que estoy con los santos, que oro con ellos, o que ellos oran conmigo. Dios me lo avisa.
Y sé que en aquel momento, ciertamente, no estoy solo en la iglesia, y aunque sea de noche y muy tarde, no temo. No me siento extraño, sino que me llena una especie de alegría que no me pertenece, que es ajena a mí, que no sale de mi corazón, sino que viene de otro sitio.
(Traducido de: Părintele Gheorge Calciu, Cuvinte vii, Editura Bonifaciu, 2009, p. 24-26)