Por la tarde, en un campo florido, un sinnúmero de flores se vuelven hacia el sol, como elevando a Dios una oración nocturna. Y después del ocaso parecen dormir profundamente, para que, de mañana, dirigiéndose hacia el Levante, puedan salir al encuentro del sol con una oración matinal, llena de alegría.

El aroma de las flores es una ofrenda para Dios. Las flores son como incensarios. Los nenúfares se abren bajo el cielo despejado, se endulzan con la luz y el aire, juntan sus pétalos y se sumergen en el agua cuando anochece.

(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, Puterea inimii, Editura Sophia, Bucureşti, 2010, pp. 74-75)