Una muestra incontestable de lo que es el amor materno
¡En esto consiste ser una verdadera madre! Prefirió sacrificarse mil veces, antes que abandonar a sus hijos.
Para que podamos entender cuánto ama una madre a sus hijos, voy a relatar algo que sucedió en China.
En el otoño de 1921, una zona boscosa del Himalaya empezó a incendiarse. Las autoridades chinas enviaron no cientos, sino miles de bomberos y obreros para que hicieran todo lo posible por evitar que el incendio se extendiera y causara daños mayores. ¿Cómo procedieron? Talando los árboles que rodeaban la zona en llamas, para aislar el fuego. ¡Qué terribles son esos incendios forestales! Solamente una vez en mi vida estuve cerca de uno de ellos. Se oye un constante estruendo, semejante al de un rayo que cae a la tierra, sobre todo cuando sopla el viento. Recordemos lo que dice el Salterio: “… como el fuego abrasa una selva, como la llama devora las montañas…”. Es algo realmente espantoso. Eso es justamente lo que sucedió ese año en China. Los obreros trabajaban a destajo con cualquier clase de herramientas: sierras, palas, hachas… Cada uno hacía lo que podía para evitar que el fuego consumiera el bosque entero.
Y, aunque se trabajaba con denuedo y persistencia, el fuego seguía avanzando a gran velocidad. En un momento dado, los obreros divisaron un nido sobre la copa de un árbol, que inmediatamente reconocieron como el de un ave de tamaño mediano, más o menos como de una mazorca, muy común por esos parajes. Aunque hubieran querido subirse al árbol y rescatar al ave y sus polluelos, el tiempo apremiaba y decidieron que lo mejor era dejar el nido en su lugar. En cuestión de pocos minutos, presenciaron una escena conmovedora. En el nido vivían ambos progenitores, con dos o tres polluelos. Viendo que la humareda era cada vez más densa, señal de la próxima llegada del fuego, las dos aves comenzaron a volar en círculo sobre el nido, emitiendo fuertes graznidos, como invitando a sus pichones a seguirlas. Pero estos eran muy pequeños todavía, y ni siquiera tenían plumas en las alas.
Cuando el fuego llegó a una distancia de unos cien metros del nido, el ave “papá” alzó el vuelo y huyó lejos. Viendo esto, la “mamá” empezó a volar con agitación sobre el nido, graznando lastimeramente, como diciéndoles a sus crías: “¡Huyan, hijitos, para no morir!”. Cuando el fuego alcanzó el tronco del árbol, el ave hizo algo que dejó admirados a todos los que fueron testigos de lo sucedido. ¿Qué fue lo que pasó? Decidida a sacrificarse por su prole, el ave “mamá” bajó al nido y cubrió a sus polluelos con las alas. En cosa de pocos segundos, el fuego envolvió al árbol completo, devorando al nido y a las desafortunadas avecillas que vivían en él.
¡En esto consiste ser una verdadera madre! Prefirió sacrificarse mil veces, antes que abandonar a sus hijos.
(Traducido de: Ne vorbește părintele Cleopa vol 8, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 59)