Palabras de espiritualidad

Una muestra palpable del amor a nuestros enemigos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Todos los tratados de paz entre naciones son quebrantados al poco tiempo de ser firmados. Y dan lugar a guerras aún más cruentas que las anteriores. Por eso, otra es la paz de la cual nos habla nuestro Señor.

Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

El más grande pacificador fue Cristo. Él trajo la paz a este mundo, cuando, en Su Última Cena, les dijo a Sus discípulos: La paz os dejo, Mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy Yo” (Juan 14, 27). Una cosa es la paz pactada en armisticios y tratados de efímera existencia, y otra la paz de Dios. Todos los tratados de paz entre naciones son quebrantados al poco tiempo de ser firmados. Y dan lugar a guerras aún más cruentas que las anteriores. Por eso, otra es la paz de la cual nos habla nuestro Señor.

Es bueno recordar que el régimen comunista —por no hablar de las persecuciones romanas, que engendraron un sinnúmero de mártires— produjo también millones de mártires, conocidos y desconocidos. Hubo muchos que, a pesar de ser encarcelados en las peores condiciones, se reafirmaron en su amor por Cristo y conservaron Su paz en el corazón. ¡Y ese mismo amor incluso los llevó a orar por sus propios verdugos! ¡Y no estoy hablando de casos aislados, sino de miles y miles de casos de prisioneros del régimen que oraban por sus torturadores, por aquellos que los mantenían encerrados, porque precisamente ese es el mandato del Señor, orar por nuestros enemigos!

(Traducido de: Părintele Gheorghe CalciuCuvinte vii, ediție îngrijită la Mănăstirea Diaconești, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 176-177)