Palabras de espiritualidad

Una sencilla explicación a la veneración de la Madre del Señor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Nosotros no estudiamos, no aprendemos como si estudiáramos, sino que aprendemos presentándonos frente a aquellos con quienes hablamos. Lo mismo ocurre con la Madre del Señor y con los santos de Dios: hablamos con ellos, hablamos con nuestro Señor Jesucristo y le decimos lo que queremos decirle. 

Nosotros, quienes veneramos a la Madre del Señor, tenemos un privilegio. ¿Cuál privilegio? El de recibir la piedad de Dios, de nuestro Señor Jesucristo, Quien nos da Su paz. ¿Por qué? Porque honramos a la Madre del Señor. ¿Y por qué honramos a la Madre del Señor? Nuestra Iglesia nos enseña a hacerlo. ¿Por qué nos enseña a hacerlo? porque, como decimos al habar con ella: “todo se estremeció ante tu divina grandeza”. Luego, no presentamos las cosas como en un estudio, no decimos: “Todo se estremeció ante la grandeza de la Madre del Señor, porque la Madre del Señor llevó en su vientre al Dios de todo y dio a luz al Hijo Eterno”, sino que hablamos con ella y decimos: “Todo se estremeció ante tu divina grandeza”.

Esta es la ventaja de los oficios litúrgicos: nosotros no estudiamos, no aprendemos como si estudiáramos, sino que aprendemos presentándonos frente a aquellos con quienes hablamos. Lo mismo ocurre con la Madre del Señor y con los santos de Dios: hablamos con ellos, hablamos con nuestro Señor Jesucristo y le decimos lo que queremos decirle. Hablamos con Él y de ello es que aprendemos. En consecuencia, la Madre del Señor tiene su propia grandeza, la cual proviene de nuestro Señor Jesucristo y, viniendo de Él esa exaltación, ella intercede ante nuestro Señor por nosotros. Nosotros la veneramos, la Madre del Señor intercede, y nuestro Señor nos da Su paz: Aquel que da paz a todos los que te glorifican.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Maica Domnului – Raiul de taină al Ortodoxiei, Editura Eikon, 2003, pp. 67-68)