Palabras de espiritualidad

Uno es el propósito de esta vida

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La misericordia de Dios sigue siendo exactamente la misma, solo que nosotros nos hemos endurecido tanto, que solamente los golpes de la vida nos hacen recordar, muy de vez en cuando, la fragilidad que nos caracteriza, para después hacernos volver a Dios.

Todos nosotros, laicos y monjes, debemos recorrer un largo y duro camino en esta vida. Ciertamente, puede que haya algunas diferencias entre la vida del laico y la del monje, pero el propósito final es el mismo. Por eso, no se puede separar la vida en dos esferas, una terrenal y una espiritual. En este mundo existen la vida monacal y la vida de familia. Ambas tienen la bendición de Dios; sin embargo, quien elija su camino no debe pretender dividirse u oscilar entre el mundo y el monasterio.

No en vano dice la sabiduría popular: “Debes medir hasta siete veces antes de cortar una sola”. Y esto es justamente lo que hemos olvidado hacer. Hemos dejado de sopesar y medir, para pasar a cortar y fraccionar; y, cuando lo hacemos “en carne viva”, duele. Personalmente, no conozco ningún padre espiritual que, despreciando las disposiciones divinas, sostenga que, hasta la llegada del fin del mundo, los seres humanos se van a seguir casando, procreando hijos, educándolos… y que esta será la única manera de salvarse.

Cada uno debe luchar por su salvación, sea cual sea el camino que haya elegido. Dios bendice a algunos con tal cosa y a otros con otra. Yo ya estoy viejo y puedo afirmar que, en mis años de juventud, cuando la forma de vida hasta entonces conocida empezaba a desmoronarse, ni los más más virtuosos se atrevían a declarar que aquellos tiempos eran los últimos.

Actualmente hay demasiada insolencia, pero debes vivir para poder salvarte. Asimismo, la misericordia de Dios sigue siendo exactamente la misma, solo que nosotros nos hemos endurecido tanto, que solamente los golpes de la vida nos hacen recordar, muy de vez en cuando, la fragilidad que nos caracteriza, para después hacernos volver a Dios.

(Traducido de: Arhimandritul Ioan KrestiankinPovățuiri pe drumul crucii, Editura de Suflet, București, 2013, pp. 20-21)