Palabras de espiritualidad

Valorar a la mujer

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

La mujer debe ser apreciada, en primer lugar, porque nos representa a otra mujer que habita en el Reino de los Cielos: la Madre del Señor. ¡Qué sobrecogimiento, qué temor al compararla con el resto de la humanidad!

Dice Salomón: “¡Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa!”. La flor está en el jardín: el joven, pues, debe buscarla y elegirla. No es correcto que la chica salga a buscarle a él, porque debe ser él quien la busque. Luego, es necesario valorar suficientemente a la mujer. Ella es una extraordinaria criatura de de Dios. ¿Se dan cuenta de cuánto poder tiene una mujer, para sacar a su esposo del triste estado en que se encuentra? Cuando el hombre sabe que en casa participa de un amor pleno, trabaja con más ahínco, es capaz de ganar cualquier batalla y resolver todos los problemas. Es un gran misterio el hecho de que haya tantas alegrías que quedan grabadas en las almas de ambos. Lo sexual queda en un plano secundario, en comparación con dichas alegrías. Eso sí, hay que saber que la mujer no piensa con simplicidad. Aunque no tenga estudios, tiene una perspicacia increíble y es mucho más realista que el hombre. Ella puede sentir ya desde hoy lo que ocurrirá mañana. Pero parece que nos gusta racionalizar todo, cuando en el amor no hay nada racional.

Un estudiante de la Politécnica se enamoró de una chica que todos consideraban poco agraciada. Un día cualquiera, el muchacho vino a buscarme para pedirme consejo, porque, según sus propias palabras, “estaba loco” por ella. La chica, ciertamente, no tenía cómo especular en el amor, porque carecía de gracia. Luego, llegados a este punto, creo que es importante subrayar que no hay mujer que no sea bella. Las mujeres son como las flores: todas son hermosas, cada una a su manera. El hombre, así, debe tomarla con la mano, mostrándole delicadeza y cuidado. Entonces la flor le revelará su fragancia y sus virtudes más ocultas, precisamente por esa diligencia al acercársele.

En otra ocasión, una jovencita recién graduada de la universidad vino a buscarme, quejándose de haber sido insultada por su novio. Este le había dicho que era fea. Entonces, yo le dije: “Sí que te ofendió profundamente. ¡No lo vuelvas a ver más!”. Más tarde, ella lo llamó para transmitirle mis palabras, a pesar de que aún sentía algo por él. A los pocos días, el muchacho vino a buscarme para disculparse por haber ofendido a aquella hija mía espiritual.

La mujer debe ser apreciada, en primer lugar, porque nos representa a otra mujer que habita en el Reino de los Cielos: la Madre del Señor. ¡Qué sobrecogimiento, qué temor al compararla con el resto de la humanidad!

(Traducido de: Arhim. Arsenie Papacioc, Viața de familie și diverse probleme ale lumii contemporane, pp. 79-80)