A veces, Dios nos envía Sus más grandes bendiciones por medio del dolor
Hay personas tan llenas de sí mismas, que no les queda lugar para Cristo. ¡Oh, si al menos se vaciaran, si se vaciaran de sí mismas!
San Pablo afirmó que se alegraba por la espina que tenía clavada. Sin embargo, esto no fue así desde el principio. En un momento dado, clamó al Cielo para que esa espina le fuera retirada. Pero, cuando su Señor le dijo que debía conservar esa espina, porque la necesitaba para tener parte de la bendición de lo alto, él dejó de lamentarse. Hasta se hizo amigo suyo, aceptándola completamente. Esta es la única actitud correcta y juiciosa ante cualquier cosa desagradable, molesta o dolorosa de la que seamos conscientes que no podemos librarnos. Es la voluntad de Dios que ese dolor venga a nuestra vida, por algún motivo bien fundado que solamente Él conoce. Tendremos que ganarnos la victoria sobre dicho sufrimiento, poniéndolo en nuestro corazón y aceptádndolo como algo que viene de Cristo. No importa cuánto nos haga sufrir: si lo aceptamos pacientemente, traerá muchas bendiciones a nuestra vida. Dios nos envía algunas de las más grandes bendiciones por medio de nuestras espinas, y sería lamentable apartarlas y privarnos de ellas.
Hay personas tan llenas de sí mismas, que no les queda lugar para Cristo. ¡Oh, si al menos se vaciaran, si se vaciaran de sí mismas! Si así fuera, Él las llenaría con Su presencia, ¡y entonces tendrían una excepcional fuerza para obrar el bien en el mundo! Podemos confiar plenamente en Él para enriquecer nuestra vida. Él sabe cuándo es necesario el dolor, cuándo una pérdida es la mejor forma de ganar, cuándo se necesita que el sufrimiento nos mantenga a Sus pies. Él nos envía aflicciones para bendecirnos de alguna manera y, cada vez que nos lamentamos o renunciamos a nuestra “espina”, terminamos perdiendo.
(Traducido de: Cerească Înțelepciune de la cei de Dumnezeu luminați Dascăli despre Cum să biruim deprimarea, ediția a 2-a, traducere de Constantin Făgețan, Editura Sophia, București, 2008, pp. 132-133)