Venciendo la oscuridad con la llama de la fe y el amor
Cuando el hombre llega a conocer las obras y revelaciones del mundo celestial en nuestra vida terrenal, siente que ha entrado en el reino infinito e insondable de la realidad más excelsa.
La hija de una viuda muy pobre se enfermó de gravedad. Durante un mes entero la niña estuvo en cama, sin decir una sola palabra. Las esperanzas de que la niña se recuperara eran ínfimas. La pobre madre empezó a pedir prestado dinero por todas partes, preparándose para el funeral y el entierro de la pequeñita. Una noche, mientras la apesadumbrada mujer lloraba en silencio junto al lecho de la niña, esta abrió los ojos y dijo: “No llores, mamita, mejor lleváme a Kalista, y me pondré bien. Esto es lo que quiere mi Mamá del Cielo, que está aquí, a mi lado”. A primera hora del día siguiente, la mujer llevó a la niña al Monasterio de la Santa Madre de Dios de Kalista, en donde estuvieron orando por ella. Dos días después, volvieron a casa, esta vez con la niña completamente recuperada.
¿Pero es que han sido solamente dos, tres o diez los sucesos de este tipo? ¡No hay cómo contarlos, porque en verdad son innumerables las veces en las que la Madre Dios se ha aparecido y ha obrado milagros! Recordemos a San Serafín de Sarov, quien decía que la Madre del Señor se le apareció hasta seis veces. Y si este pueblo silente —que considera todas esas revelaciones misterios preciosos y dulces— abriera la boca para contar todo lo que sabe, la tierra se llenaría de admiración. Créanme, cuando el hombre llega a conocer las obras y revelaciones del mundo celestial en nuestra vida terrenal, siente que ha entrado en el reino infinito e insondable de la realidad más excelsa. Y ahí se puede entrar solamente con los cirios encendidos de la fe y el amor, de acuerdo a las hermosas palabras del Apóstol Pablo, “y que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en el amor, podáis comprender con todos los creyentes cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad” (Efesios 3, 17-18).
(Traducido de: Episcopul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 1, Editura Sophia, Bucureşti, 2002, pp. 135-136)