Ver las cosas con los ojos del alma
“Quienes están en el infierno, sufren un tormento que es eterno. ¡Y allí no hay cajas con frutas, gente amontonada, nada de eso! ¡Es el infierno mismo! ¡Gloria a Ti, Señor, porque estoy mucho mejor aquí!”.
Un día, hace muchos años, para ir de Uranópolis a Tesalónica, abordamos, con otros monjes, un camión que en vez de asientos tenía bancas de madera.
El camión llevaba, entre otras cosas, un cúmulo de valijas, naranjas, cajas con pescado, alumnos del Seminario Teológico athonita (situado en la skete de San Andrés), muchos de los cuales iban sentados en esas duras bancas de madera, en tanto que otros iban de pie, perdidos en una aglomeración de monjes y peregrinos. Un hombre vino y se sentó junto a mí. Era grande y rollizo. Debido a la evidente incomodidad que le representaba viajar así, empezó a dar voces: “¡¿Pero qué condiciones son estas?!”. Un poco más a la derecha iba un monje que literalmente estaba cubierto por cajas de frutas y pescado. Solamente se le veía la cabeza. Y como el camino era de tierra y estaba lleno de grietas y baches, el camión avanzaba dando tumbos. Ese movimiento, violento e incesante, hacía que las cajas cayeran sobre el monje, y este las apartaba con los brazos, para evitar que le golpearan la cabeza. Mi voluminoso vecino seguía quejándose a gritos., En un momento dado, le pregunté: “¿Acaso no ves a ese monje que va ahí entre las cajas? ¿Y tú te quejas?”. Después, me dirigí al monje con estas palabras: “¿Estás bien, padre?”. Este, con una sonrisa, me respondió: “¡Mejor aquí que en el infierno, padre!”. ¿Notan la diferencia? Uno se lamentaba sin cesar, a pesar de ir sentado, en tanto que el otro, soportando pacientemente los golpes de las cajas que caían sobre él, veía todo con serenidad, con un propósito. El viaje duró unas dos horas. La mente del hombre que iba sentado a mi lado volaba al confort y la comodidad que habría sentido si hubiera elegido viajar en autobús, y por eso sufría mucho, en tanto que el monje pensaba en la tristeza y el pesar que sentiría si estuviera en el infierno, y por eso se le veía en paz, hasta alegre. Seguramente pensaba: “En dos horas habremos llegado y se habrá terminado este viaje en camión.,. Pero quienes están en el infierno, sufren un tormento que es eterno. ¡Y allí no hay cajas con frutas, gente amontonada, nada de eso! ¡Es el infierno mismo! ¡Gloria a Ti, Señor, porque estoy mucho mejor aquí!”.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, vol.3: Nevoință duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ed. a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 21-22)
