Palabras de espiritualidad

Vivir en una contrición permanente

  • Foto: Adrián Sarbu

    Foto: Adrián Sarbu

Llena, al mismo tiempo, de dolor y de alegría, la contrición expresa la tensión creadora que ha impregnado desde siempre la vida cristiana en este mundo.

Hay muchos que, acongojados por sus faltas del pasado, se repiten con desesperación: “¡No puedo perdonarme por lo que hice!”. Incapaces de perdonarse, dejan de creer también en el perdón de Dios y en el de los demás. Estos, a pesar de la intensidad de su agitación, aún no han empezado a arrepentirse. No han llegado aún a la “gran inteligencia” por la cual el hombre sabe que el amor vence. No han alcanzado la “renovación de la mente”, esa que puede decir: “Dios me acepta, no me rechaza. Y no se me pide sino aceptar el hecho de ser aceptado”. ¡Tal es la esencia del verdadero arrepentimiento! […]

Llena, al mismo tiempo, de dolor y de alegría, la contrición expresa la tensión creadora que ha impregnado desde siempre la vida cristiana en este mundo, a la cual el Santo Apóstol Pablo describió de una forma impresionantemente vívida: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (...) como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres” (II Corintios 4, 10; 6, 9-10). La vida en permanente arrepentimiento, nuestra calidad de discípulos de Cristo, es una comunión tanto del Getsemaní como de la Transfiguración, tanto de la Cruz como de la Resurrección. Es un estado interior que San Juan el Sinaíta resume así: “El que se atavía con el llanto gozoso y gratífico como con un atuendo nupcial, ese conoce la risa espiritual del alma.

(Traducido de: Episcopul Kallistos Ware, Împărăţia lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 51-52; 60)