Palabras de espiritualidad

Vivo en falsedad, me alegro tontamente, pretendo ser una persona espiritual

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

La ausencia del Espíritu Santo en mi vida me hace sombrío, incapaz de sentir una felicidad auténtica, inhumano, insolente e innoble, impulsivo e imperfecto. Todas las oraciones, todos los “Señor, ten piedad”, todas las postraciones, todos los ayunos y vigilias tienden a ello, cuando venga el luminoso y refulgente día en que el Espíritu Santo habrá de entrar en nuestra vida, constituyendo cierto grado de felicidad, de bendición, de paz.

La obtención del Espíritu Santo (IV)

Nuestra vida entera debe ser una búsqueda contínua del Espíritu Santo. Sin Éste no puedo existir realmente. Vivo en falsedad, me alegro tontamente, pretendo ser alguien espiritual. La ausencia del Espíritu Santo en mi vida me hace sombrío, incapaz de sentir una felicidad auténtica, inhumano, insolente e innoble, impulsivo e imperfecto. Todas las oraciones, todos los “Señor, ten piedad”, todas las postraciones, todos los ayunos y vigilias tienden a ello, cuando venga el luminoso y refulgente día en que el Espíritu Santo habrá de entrar en nuetra vida, constituyendo cierto grado de felicidad, de bendición, de paz.

La primera petición de nuestras oraciones debería ser la obtención del Espíritu Santo. Como dice el milagroso San Simeón el Nuevo Teólogo, el alma es infeliz cuando le falta el Espíritu Santo. Su presencia, sin embargo, nos da aire fresco, devoción, consuelo, fuerzas. Así como Adán, el primero en ser creado, adquirió vida al recibir el hálito divino, el alma resucita buscando al Espíritu Santo. Sólo así el alma comienza a gustar de la gloria celestial y de la felicidad. Empieza a vivir en el Paraíso, aún en este mundo. Siente la presencia viva de Dios.

Al contrario, el sentimiento de la ausencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, es como una muestra de los castigos eternos. El castigo es la ausencia de Dios, es no ver a Dios, como diría San Máximo el Confesor. Esa condena sucede cuando no amamos y cuando no somos humildes. El verdadero amor cristiano siempre se sacrifica y se humilla. Sólo el que se humilla con sinceridad puede amar perfectamente, desinteresadamente, completamente. El creyente que vive en el Espíritu Santo, empieza a asemejarse a Dios y no puede dejar de sentir amor y humildad. Mientras que la ausencia del Espíritu Santo nos hace orgullosos, pretenciosos, egoístas, individualiestas, groseros y odiados, vengadores y malos. Y es que entonces nos hallamos bajo la influencia del astuto y sus artimañas.

(Traducido de: Moise Aghioritul, Pathoktonia[Omorârea patimilor], Ed. Εν πλω, Atena, 2011)



 

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