Y, a pesar de todas nuestras faltas, ¿nos atrevemos a seguir juzgando a los otros?
“El que no juzgue a su hermano, se salvará. Porque si sabe gobernar su lengua, es que sabe gobernarse según la voluntad de Dios”.
El Padre Celestial le cedió el juicio al Hijo, para que Este juzque al mundo. Asimismo, Cristo nos pide que no juzguemos a nadie. ¡Pero viene el hombre y, usurpando el juicio de Dios, juzga a sus semejantes! ¡El Hijo de Dios no juzga, pero el hombre sí lo hace! La raíz del pecado de juzgar a los demás está en el egoísmo y el orgullo, que son las más grandes enfermedades espirituales. Todas las pasiones, los pecados y las caídas tienen su punto de partida en el egoísmo.
No juzguemos, no condenemos a nadie, porque es un pecado muy grave. ¡Tenemos tantos pecados sobre nosotros, estamos tan cargados de faltas, tenemos tantos errores personales! Por eso, aunque oigamos algo de nuestro semejante, no nos permitamos empezar a murmurar en contra suya, porque, si lo hacemos, le estamos dando la oportunidad al demonio de anotar más pecados en el registro de todas nuestras ignominias. ¡No juzguemos a nadie! El padre José, mi confesor, decía: “El que no juzgue a su hermano, se salvará. Porque si sabe gobernar su lengua, es que sabe gobernarse según la voluntad de Dios”.
¡Entendamos la importancia de trabajar nuestra salvación, aunque parezca una labor llena de adversidades!
(Traducido de: Părintele Efrem Athonitul, Despre credință și mântuire, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 35)