Yo, pecador
En mí no hay ninguna humildad, ni amor, ni obediencia, ni suspiros, ni llanto, ni cánticos de alabanza. Porque, por mi soberbia, Tu Santo Espíritu no pudo dar frutos en mí. Luego, mi único consuelo eres Tú, Jesús mío.
¡Oh, Jesús, soy un forastero y estoy solo en el mundo! ¡A todos los veo sirviéndote a Ti, pero sólo yo no cumplo con Tu voluntad! ¡Unos callan, otros oran, algunos cantan y te glorifican, otros suspiran, unos enseñan cuales verdaderos padres espirituales, otros obedecen cuales verdaderos hijos sumisos... pero sólo yo vivo como me apetece.
En mí no hay ninguna humildad, ni amor, ni obediencia, ni suspiros, ni llanto, ni cánticos de alabanza. Porque, por mi soberbia, Tu Santo Espíritu no pudo dar frutos en mí. Luego, mi único consuelo eres Tú, Jesús mío. Tú eres mi arrepentimiento, mis lágrimas, mis cánticos, mi oración, mi perdón y mi salvación.
No me abandones, Señor mío, no me apartes de Ti, ¿porque a dónde habría de ir? Soy un pecador, mas Tú, con Tu don, fortaléceme y ayúdame a empezar de nuevo y vencer todas las pasiones que hay en mí.
(Traducido de: Mi-e dor de Cer, Viața părintelui Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 136)