Palabras de espiritualidad

Aceptemos los consejos que provienen de la experiencia

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Aceptemos las palabras de la experiencia, por simple que parezca quien nos habla.

La mejor parte del don de la fe es la realización de lo que hemos pedido en nuesstra oración, por medio de la esperanza dirigida a Dios. Pero esa realización no fortalece el testimonio, aunque es la madre virtuosa de la fe, sino que es el alma que ve la verdad de Dios —por la fuerza de esa experiencia— la que da testimonio. Cuando encuentras en las Santas Escrituras la fe mezclada con experiencia de vida, no pones tu concepto de “fe” más alto que el del testimonio correcto (por medio de la experiencia). Porque la fe no podría ser entendida jamás por los que no han sido batizados, o por los necios que reniegan de la verdad. Y es que la certificación de la fe se revela solamente a aquellos que tienen una forma excelsa de vida, tal como nos lo muestran quienes cumplen con los mandatos del Señor.

La meditación continua en las Escrituras es la luz del alma, porque graba en ella los recuerdos más provechosos, el rechazo a las pasiones, la vida con añoranza de Dios y la pureza de la oración. También extiende ante nosotros el camino de la paz, siguiendo las huellas de los santos.

Sin embargo, no dudemos de los frutos de nuestras oraciones, aunque no sean acompañadas de vigilias o de una humildad profunda.

Aceptemos las palabras de la experiencia, por simple que parezca quien nos habla. Porque hasta los más grandes tesoros de los reyes del mundo reciben con gozo las monedas que en ellos ponen los mendigos, y hasta los ríos más caudalosos se alimenan de pequeños manantiales.

(Traducido de: Sfântul Isaac Sirul, Cuvinte despre nevoință, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, pp. 162-163)